Rafael Ruiz Harrell / Leyes mal hechas

AutorRafael Ruiz Harrell

A juzgar por los comentarios que ha suscitado la decisión de suspender la acción penal contra el jefe del gobierno capitalino, no hay derecho más sagrado y fundamental que el de contender por la silla presidencial. Sin importar que la primera condición para querer gobernar este país sea haber perdido la razón de manera irremediable o vivir en tierno y permanente abrazo con la oligofrenia, frente al derecho de llegar a ser cuando menos candidato, palidecen todas las demás garantías constitucionales. No se diga los anhelos de legalidad, de certidumbre jurídica o de contar con alguna protección frente a los actos indebidos de los gobernantes.

Políticos y politiquillos aplauden el término del conflicto que desató el desafuero y dicen que Fox se decidió al fin a construir patria; que la estabilidad del país quedó asegurada; se afirmó la continuidad de una democracia que todavía no tenemos y que los más altos intereses de la Nación quedaron a salvo. Los hay incluso -súbditos de Foxilandia o Pejelandia-, que cantan loas sin fin al nuevo y reluciente Estado de Derecho que habrá de surgir de tan cumplida obediencia de la ley.

Frente a este coro apenas si es posible escuchar a quienes no tienen aspiraciones presidenciales y que, aun celebrando que al fin haya llegado a término el agitado sainete que duró 43 meses en cartelera, no pueden dejar de advertir que el costo de tan inútil producción fue desmedido en todo: si por un lado malquistó a todos los poderes, a todos los partidos y a buena parte de los ciudadanos -y les hizo perder el tiempo a todos-, por el otro arrasó con nuestro derecho de amparo y dejó dolorosamente claro que si a cualquiera de nuestros gobernantes no le da la gana obedecer la sentencia que suspenda un acto reclamado, por ahora no hay manera de meterlo al orden. La advertencia lleva a un colofón que ya antes he destacado aquí por otros motivos: es imposible lograr que la República vista con decoro un traje democrático mientras su estructura jurídica siga estando al servicio de una pirámide autoritaria.

Las limitaciones de Fox, el empresario, exceden los límites de la tontería. Y los chillidos ycomplós de López Obrador, el agitador, superan los de la tolerancia, pero sumando un haz de abusos al otro, lo que se descubre es que el derecho que tenemos no nos sirve para acceder ni a la modernidad ni a la democracia. Redúzcase la consideración a un núcleo muy sencillo: es un hecho que el jefe del gobierno capitalino decidió abrir una...

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