Rafael Ruiz Harrell / Elección perdida

AutorRafael Ruiz Harrell

La jornada electoral de mañana es fácilmente predecible: ganará el abstencionismo. Cuando se haga el cómputo final, se descubrirá que los electores que no fueron a votar son muchos más que los votos que obtuvo el candidato triunfador. La diferencia será tan grande que puede darse el caso, incluso, de que los ciudadanos que se rehusaron a votar superen a los que fueron a las casillas. Gane quien gane, para la democracia será otra elección perdida.

El resultado no es gratuito. Para alcanzarlo fue necesario que estuvieran en juego muchos intereses, muchas tonterías, mucho dinero. Los candidatos y sus partidos trabajaron esforzada y alegremente para lograrlo. El IFE participó no con un granito de arena, sino con un pesado bloque burocrático. Vamos: ni siquiera Fox pudo resistir las ganas de colaborar al desastre y se dio de lleno a la tarea. Como se confirmará mañana, lo consiguieron.

Desde mi punto de mira, los principales promotores del abstencionismo fueron los candidatos de los partidos mayores. Debo confesar que en lo que a mí toca, sus campañas me convencieron plenamente. Mi afirmación no implica proselitismo alguno porque me convencieron todos por igual. Creo que Calderón, López Obrador y Madrazo fueron justos y veraces. O sea: creo que el candidato del PAN dijo la verdad sobre el candidato de "Por el bien de todos": es un peligro para México. López O., por su parte, me convenció de que votar por Calderón sería avalar una elección de Estado y condenar el país a la inmovilidad seis años más. Madrazo fue quien hizo la mejor campaña de los tres: no sólo me convenció de que votar por él sería un error monumental, sino también de que es imposible justificar que se vote por Calderón o por López Obrador. Reitero mi confesión: sus argumentos fueron tan sólidos que los tres terminaron por convencerme.

Los candidatos fueron particularmente eficaces al enseñarnos por quién no debíamos votar -y de ahí buena parte del abstencionismo de mañana-, pero jamás nos dieron una sola pista sensata sobre por quién sí podíamos hacerlo. No es que hayan decidido dejar de lado las ideas, ya que muy probablemente ninguno las tenía, sino que los tres favorecieron la misma estrategia: a su juicio el camino para ganar era prometer, es más: se trataba de prometerle algo concreto a cada grupo social, a cada persona. Amén de ascensos salariales y descensos en el precio de la gasolina y los impuestos, hubo quien llegó al ridículo de jurar que bajaría el precio de las...

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