Rafael Fernández de Castro / Prevención a la carta

AutorRafael Fernández de Castro

A partir de la caída de Bagdad el pasado 9 de abril, la pregunta que ha flotado en el ambiente internacional es: "¿dónde están las armas de destrucción masiva (ADM) que albergaba por toneladas Saddam Hussein y que constituían una amenaza inminente para la paz mundial?".

Ante la falta de dichos hallazgos, empieza a hacerse evidente que el Presidente estadounidense, George W. Bush, y el Primer Ministro de Reino Unido, Tony Blair, manipularon los informes de inteligencia a favor de su causa, la guerra e invasión de Iraq. En los meses que precedieron a dicha acción unilateral, Bush y Blair, acompañados del vicepresidente Dick Cheney y el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, fueron aún más lejos: insistieron en que Saddam estaba construyendo una cabeza atómica y tenía ligas con el terrorismo internacional de Al-Qaeda.

En su informe anual a la nación en sesión conjunta del Congreso el pasado 28 de enero, Bush advirtió: "Año tras año Saddam Hussein ha dado pasos elaborados, gastado enormes sumas de dinero, y ha tomado enormes riesgos para almacenar y construir armas de destrucción masiva." Y una semana después, el 5 de febrero, el Secretario de Estado, Colin Powell, en sesión del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), realizó una sofisticada presentación sobre las ADM que almacenaba Saddam.

En los últimos días, la prensa del vecino país ha ventilado que la semana antes del informe de Powell, el Vicepresidente Cheney realizó varios viajes a Langley, Virginia, a la sede de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés), para presionar al director George Tenet. La evidencia que le preparaba la CIA a Powell no debía dejar duda: Iraq era un enorme laboratorio de ADM.

También se ha hecho público que las pruebas en que se basaron algunas de las acusaciones de Bush y sus halcones sobre los desarrollos nucleares en Irak eran ridículos. Un diplomático nigeriano entregó (seguramente vendió) a la inteligencia italiana una carta que detallaba una compra de Iraq de 500 toneladas de óxido de uranio. El inconveniente fue que, al verificar el documento semanas después, resultó que quien firmaba la carta, el Canciller nigeriano, tenía más de 10 años de haber abandonado el puesto.

La gota que parece estar derramando el vaso de las acusaciones de la prensa la dio el líder de los halcones neoconservadores, Paul Wolfowitz, número dos del Pentágono. En reciente entrevista a la revista Vanity Fair señaló: "por razones...

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