Rafael Aviña/ De la Calle: Crudos y sensibles
Autor | Rafael Aviña |
Basada en la memorable obra teatral de Jesús González Dávila, un hito a mediados de los 80 y cuya puesta en escena corrió a cargo del realizador Julio Castillo, De la Calle (2001) marca el debut del director Gerardo Tort (1958), comunicólogo con especialidad en cine egresado de la Universidad Iberoamericana, y con amplia experiencia en la dirección de anuncios publicitarios.
La responsabilidad de un éxito de los escenarios como éste no le ha quedado grande a Tort ni a su guionista Marina Stavenhagen, quienes ponen al día, con sensibilidad y crudeza, un problema grave como el de los niños de la calle, que se inició desde el sexenio alemanista, como lo muestra la obra cumbre del tema: Los Olvidados (1950), de Luis Buñuel, en la que se inspira evidentemente.
Hay que aclarar que el asunto de la adolescencia desprotegida no es nuevo en el cine mexicano contemporáneo, y así lo muestran varios de los brillantes trabajos de egresados del CUEC. Ahí está el caso de Gerardo Lara con Diamante y El Sheik del Calvario; Nocturno, de Jaime Beltrán, Rogelio Martínez Merling y Rubén Sarmiento; y Virgen de Medianoche, de Ulises Guzmán, cuyas imágenes de ensoñación nada tienen de romántico y escapista como en De la Calle, sino que consigue crear un universo anómalo e inclemente.
Rufino (Luis Fernando Peña) es un adolescente que vive como cargador y participa en el negocio de la venta de drogas que manejan La Seño (Cristina Michaus) y El Ochoa (Mario Zaragoza), un torvo policía judicial que controla la zona. Orillado por las circunstancias, Rufino roba el dinero del Ochoa y con ello firma su sentencia de muerte.
Mientras busca obsesivamente a su padre (Luis Felipe Tovar), que lo abandonó y a quien daba por muerto, planea irse a vivir a Veracruz con Xóchitl (Maya Zapata), una bella joven con un hijo pequeño. Sin embargo, el destino se empeña en mostrarle una realidad feroz y contundente.
Tort y Stavenhagen han intentando trasladar los relatos de la mitología a la podedumbre y desesperanza de la ciudad de México. Es decir, Rufino encarna al héroe que se enfrenta a un dilema y a una historia de amor y emprende por ello una odisea plagada de monstruos, traiciones y falsas esperanzas.
Sin embargo, lejos de recorrer Tebas o Troya, se interna en la parte oscura de la nación foxista, paranoica y semidestruida, controlada no por los políticos y los empresarios, sino por una raza terrible y salvaje: la de la policía judicial, los verdaderos amos de este país.
La cinta de...
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