¿Es la racionalidad de la ciencia una especie de la racionalidad practica?

AutorVega Encabo, Jes

Resumen: Este artículo discute varios modos de entender la racionalidad de la ciencia como racionalidad práctica. En primer lugar, rechaza los modelos instrumentalistas de la racionalidad científica, porque no pueden mostrar la independencia y la bondad de fines definidas para la ciencia, en relación con los cuales se establece la fuerza normativa de las razones. La errónea identificación de fines y valores es lo que provoca numerosas confusiones en este terreno. Se critica, en segundo lugar, un modelo de racionalidad práctica basado en el dominio de saberes tácitos y habilidades. Cualquiera de los modelos propuestas ha de acomodarse a tres restricciones sobre lo que puede ser una "buena razón" dentro de la ciencia y que conforman la identidad práctica y el rostro normativo de la ciencia: publicidad, fiabilidad y autoridad reflexiva.

Palabras clave: racionalidad científica, racionalidad instrumental, valores, fines

Abstract: This paper discusses some ways of understanding scientific rationality as practical rationality. Firstly, instrumental models of the rationality of science are rejected. The instrumentalist can hardly establish the independence and goodness of certain ends. In the case of science, determinate ends with respect to which the normative force of our reasons is established do not seem to exist. A false identification of ends with values is what causes many of the confusions. Secondly, a model of practical rationality based in the mastery of tacit knowledge and skills is criticized. Any model of scientific rationality should take into account three constraints about what a "good reason" in scientiflc matters is, constraints that shape the practical identity and the normative face of science: the constraints of publicity, reliability and reflective authority.

Key words: scientific rationality, instrumental rationality, values, ends

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A pesar de que es frecuente encontrarse con la opinión de que la ciencia es el paradigma de la actividad racional, no deja de sorprender que haya un escaso acuerdo sobre en qué consiste su racionalidad. Una vez que han fracasado los programas demarcacionistas y todos los esfuerzas por formular una metodología unidimensional de la ciencia, las estrategias eclécticas parecen ser las más atractivas. Esto ha dado pie a que se preste una mayor atención a los proyectos inclusivos, en los que se han abierto paso lentamente aspectos hasta ahora desdeñados. En especial, algunos modelos de racionalidad práctica que, desde versiones reduccionistas extremas, habían sido excluidos del ámbito de lo racional han sido insertados en el núcleo mismo de la racionalidad científica de muy diversas maneras. No obstante, dista de ser claro en qué medida algunos de ellos (1) contribuyen a elucidar la racionalidad de la ciencia, en especial, aquellos modelos que contemplan la actividad científica como una actividad guiada por fines y en busca de su consecución eficiente, y que ven en la racionalidad científica una especie de la racionalidad instrumental. Generalmente, a ello va unida la idea de que sólo las razones instrumentalmente válidas son aceptables dentro de la racionalidad práctica. Mi objetivo en este artículo es discutir el modelo instrumentalista aplicado a la racionalidad científica.

El hecho de contemplar la ciencia como una actividad multidimensional ha provocado la necesidad de enriquecer los modelos de racionalidad que la guían. Bastaría, por lo tanto, con reconocer que la ciencia es básicamente un conjunto de acciones y de prácticas para que, de modo trivial, fuera posible adoptar modelos tradicionales de racionalidad práctica. Es más, dado que estas acciones involucran igualmente problemas provenientes de su inserción social y de su impacto en otras esferas, como la económica o la política, los valores y los criterios de adecuación racional de la ciencia desbordan los límites de las evaluaciones epistémicas y metodológicas a que nos habían acostumbrado los filósofos de la ciencia. Apelar a la prudencia, a la precaución o a otros aspectos moralizantes que prescriptivamente habrían de gobernar la ciencia es un modo de convertir la racionalidad de la ciencia en racionalidad práctica. Por supuesto, si se piensa en la complejidad de las actividades investigadoras en nuestros días, una época caracterizada por la estrecha interrelación de la ciencia con la tecnología (y con la economía, con la política y con el vivir cotidiano de la gente...), que algunos han querido ver como una nueva forma cultural de tecnociencia, entonces la dimensión normativa excede con mucho los valores epistémicos e incorpora necesariamente consideraciones valorativas de carácter instrumental, prudencial, político o moral. La racionalidad de la ciencia (o mejor, de la tecnociencia) debería construirse en consonancia con esta multidimensionalidad valorativa y normativa, y para ello nada mejor que un eclecticismo de factores epistémicos y prácticos.

Pero mi estrategia está lejos de contentarse con estas obviedades sobre la naturaleza multidimensional de la racionalidad científica (y/o tecnocientífica). De hecho, toda actividad humana involucra múltiples aspectos en este sentido trivial, y sería extraño que la ciencia fuera diferente. No obstante, aún deberíamos ser capaces de identificar aquellos rasgos que configuran el rostro y la identidad de la ciencia en cuanto actividad que contribuye a mejorar nuestra situación epistémica. La pregunta por el papel que desempeñan los modelos de racionalidad práctica en la elucidación de la racionalidad científica debería abordarse a partir de la idea de que su verdadero rostro como actividad racional se dibuja con los trazos propios de la racionalidad epistémica. En este punto voy a situar mi discusión: hay un sentido en el cual podría argüirse que el núcleo de la normatividad epistémica se expresa en la fuerza normativa de los imperativos y las recomendaciones instrumentales. En primer lugar, expondré brevemente el modelo instrumentalista de la racionalidad epistémica. Tras ello, esbozaré una crítica del mismo, incidiendo en la dificultad para establecer la independencia y la bondad de ciertos fines en la actividad de la ciencia. El modelo de la racionalidad de la ciencia que se vislumbra tras las discusiones incorpora al menos tres restricciones básicas sobre lo que ha de ser una buena razón esgrimida en las argumentaciones científicas: una restricción de publicidad, otra de fiabilidad y una última de compromiso o autoridad reflexiva. Para finalizar, someteré igualmente a crítica algunos modelos de la práctica basados en habilidades tácitas.

  1. La racionalidad epistémica como racionalidad instrumental

    "Racionalidad" es un término de aprobación, pues de aquello a lo que se aplica el predicado "racional" en cierto modo se hace un elogio. Es un término que implica corrección y bondad. "Racional" se predica de lo que se ha establecido por buenas razones. Pero ¿qué fija lo que es una buena razón? Para un determinado dominio, si no es posible dar cuenta (en su doble sentido de explicar y justificar) de en qué consisten las buenas razones, entonces nihilistas, escépticos o relativistas encontrarán un espacio donde desplegar sus argumentos. El nihilista rechazará que haya respuesta alguna a la pregunta; el escéptico negará que podamos tener acceso epistémico a lo que sean buenas razones, y el relativista aceptará que las soluciones sólo pueden establecerse para un ámbito, de modo que es imposible pensar que intercontextualmente entren genuinamente en conflicto. Dar cuenta de la dimensión racional para un determinado ámbito requiere aceptar que las razones esgrimidas en él poseen fuerza normativa. La pregunta por la racionalidad de la ciencia requiere dar cuenta de la fuerza normativa de los conceptos de aprobación y desaprobación usados por los científicos a la hora de evaluar sus procedimientos y resultados. (2)

    Si se habla de razones, de su corrección y bondad, habría que especificar con respecto a qué se establece lo correcto y bueno, con respecto a qué es la conducta digna de aprobación o de reprobación. Generalmente se habla de estándares de racionalidad a los que se conforma o no nuestra actuación. Si se pretendiera argumentar sin más que estos estándares tienen un valor intrínseco absoluto y con ello se pretendiera dar cuenta de la normatividad para ese dominio, el tipo de explicación que se estaría ofreciendo sería vacío o simplemente estipulativo. Además, ¿podría afirmarse que hay un bien en sí en vista del cual la actividad epistémica, y en particular la ciencia, sería racional? ¿Cuál podría ser? La ciencia se apoya en buenas razones relativas a la elección de teorías o cualesquiera otros elementos metacientíficos evaluables. (3) En la medida en que conciernen a la creencia en (o la aceptación de) las teorías científicas, (4) las buenas razones tienen que ver con cuestiones como el apoyo evidencial, la justificación o las garantías de la misma. Si es así, entonces habría determinados bienes con respecto a los cuales se juzgarían las teorías y se consideraría su aceptación. Tener una buena razón epistémica a favor de T no es sino estar en disposición de conectar la aceptación de T con lo que podría denominarse la norma de la creencia, quizá la verdad. (5) Así, una buena razón epistémica tendría que indicar en qué medida la creencia en T está conectada con la posible verdad de T.

    Pero ¿no podría tal conexión ser casual o accidental? ¿Hay alguna seguridad de que aquello en que se base el juicio a favor de la aceptación o el rechazo de T no acierte con la verdad más que por una simple coincidencia? Reconocer en los procesos que llevan a la aceptación de T procesos fiables, es decir, procesos en los que la proporción verdades/errores sea suficientemente elevada, podría ser un buen modo de sortear el problema de la accidentalidad. En general, un procedimiento es fiable si nos entrega proporcionalmente un mayor número de aciertos que de errores...

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