El puerto de los sentidos

AutorOscar Alvarez

Bien sabido es que cuando se llega al puerto jarocho el espíritu se contenta, aunque sea el cuerpo el que goza a través de los cinco sentidos.

Las cosas se toman entonces con calma y se deja que la vida fluya y desfile delante de uno por el malecón mientras (ritual obligado), saboreamos un café con micha en La Parroquia.

Con los últimos acordes de la banda de la Marina los pies nos llevan solos hacia los Portales, al tiempo que vemos al Fuerte de San Juan de Ulúa desdibujarse entre el tinglado del muelle.

Adivinamos qué nos aguarda a esta hora del ocaso: las voces del güero-güera invitando a probar las nieves, un tráfico humano que pasea indolente, unas palmeras que se estiran por competir con la antigua torre del cabildo y el campanario de la Catedral...

Aquí, en la Plaza de Armas el graznido de decenas de pájaros antecede el momento culminante de esa sensualidad que flotaba en la tarde como una promesa: al danzón le ha tocado la noche de hoy su mejor escenario y las parejas aguardan impacientes la primera pieza.

Si tal fuera posible, en estas coordenadas podría resumirse la geografía sentimental del puerto.

Dentro de él el visitante se siente a gusto y no busca más. También es cierto (reconozcámoslo así sea de mal gusto) que si Veracruz sabe hacer amores para siempre, no enamora a primera vista.

Para muchos turistas no se trata de una ciudad agraciada. Su mayor encanto no entra por los ojos y quizás por esto quien finalmente sucumbe, se olvida de mirar. Y, en verdad, hay qué descubrir más allá de los tópicos.

Sigamos, por ejemplo, a algún grupo de jóvenes (y no tan jóvenes) que abandona la Plaza de Armas por la calle Independencia entre el sonido de la marimba. Si nos despistamos los habremos perdido llegando a Arista.

Hay dos rincones secretos que sólo conocen los locales, a los que acceden por callejones mal iluminados: las plazuelas de la Campana y de la Lagunilla. Angostas como parecen, se llenan de gente que entra y sale de los bares que las flanquean.

Varios ritmos suenan a la vez, pero sobre todos prevalecen el son y la salsa, ecos de la isla hermana al otro extremo del Golfo.

Concurrida también, pero sin aglomeraciones, es la "barra más larga del mundo" o Bulevar Avila Camacho, paseo marítimo que une Veracruz con Boca del Río.

Antes, después o en lugar de la discoteca, los amigos se reúnen para tomar con el rumor...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR