La puerta falsa / La dualidad de Herculine

AutorGuadalupe Loaeza

Tal vez, los hermafroditas sean de las personas que más incomprensión han recibido. Sin duda, han llamado la atención en todas las culturas, y por eso uno de los mitos griegos habla de Hermafrodita como hijo de Hermes y Afrodita, quien se caracterizaba por ser hombre y mujer al mismo tiempo. La vida de los hermafroditas no ha sido fácil; como dice el filósofo francés Michel Foucault, la sociedad exige que los individuos se definan sexualmente. En la Edad Media, cuando nacía un hermafrodita correspondía al padre o al padrino elegir desde el bautizo el sexo en el que se le educaría. Sin embargo, al llegar a la edad adulta, era libre de elegir el que le pareciera más adecuado. Podía continuar con la identidad otorgada o elegir el sexo contrario. Pero una vez que elegía, ya no podía cambiar, con el riesgo de ser condenado a muerte. Afortunadamente, en los últimos siglos, la sociedad ha sido más tolerante con las prácticas sexuales que transgreden lo convencional.

Herculine Barbin es quizás el hermafrodita más conocido de la historia. Cuando nació, sus padres la registraron como niña, como lo consigna el acta que se firmó el 8 de noviembre de 1838, y le pusieron como nombre Adélaïde Herculine Barbin. Cuando era niña, Herculine tuvo una vida feliz, aunque su padre murió cuando ella era muy pequeña. Así es que todo su cariño lo dirigió a su madre, quien la quiso enormemente; sin embargo, era tal su pobreza al enviudar, que la mandó a un hospicio para niños pobres, administrado por monjas. Gracias al afecto que le tomó una monja, fue enviada al convento de las Ursulinas, reservado para niñas más ricas. Herculine fue una niña a la que las monjas y sus compañeras querían y protegían. Pero cuando entró con las monjas ursulinas, descubrió una dimensión distinta de la vida. Entonces conoció a Léa. "Le amé a primera vista y, aunque su físico no ofreciera nada deslumbrante, me atrajo por la gracia discreta que emanaba de toda su persona", escribió Herculine. En ese entonces, no se cuestionaba la atracción que sentía por sus compañeras, pues sentía que no había nada más natural. Sin embargo, por Léa tuvo un cariño que la sobrepasaba, era tanto su afecto que todas las noches se levantaba de su cama para ir a verla antes de dormir. Una noche, una monja la sorprendió; con un tono seco, le dijo: "Yo no voy a castigarte; la madre Eléonore se encargará mañana".

Era tal el cariño que la madre Eléonore sentía por Herculine, que le perdonó el castigo, que consistía...

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