Prólogo

AutorJosé Rogelio Álvarez
Páginas5-30
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Prólogo
José Rogelio Álvarez
Brillan en José E. Iturriaga la diversidad de sus actividades, la vastedad y
precisión de sus conocimientos, la magnitud de los servicios públicos que
ha prestado, la espontaneidad y generosidad de su magisterio informal, la
peculiaridad de sus expresiones en el trato coloquial, y la alegría con que
vive y comparte lo bueno y lo bello. Iturriaga es singular por su pluralidad.
Afiliado a un diseño de índole humanista, no eligió un solo quehacer, si no
que ha convertido cada una de sus múltiples preferencias en una especia-
lidad. Resulta ser así, a la vez, sociólogo, economista, historiador, literato,
crítico de arte y folclorista; por las tareas que ha desempeñado, es maes-
tro, autor, político, analista, consejero, ejecutivo, banquero y diplomático; y
por la agudeza de su percepción y la oportunidad de sus juicios, ha sido
precursor de muchas de las nociones y preocupaciones que ya han arrai-
gado en la conciencia de los mexicanos. Únicamente en el siglo XIX podrían
encontrarse antecedentes de tan amplia disposición por el saber y de tan fe-
cundas aportaciones.
José E. Iturriaga nació el 10 de abril de 1914 en la casa número 60 de
la calle de Ateneas, en la colonia Juárez de la Ciudad de México. Cuarto
hijo de un comerciante de remoto origen vasco y de una joven que aban-
donó el claustro para contraer matrimonio. La E. de su nombre, que a
muchos les ha parecido enigmática, corresponde a Ezequiel, profeta titular
de su día onomástico. El niño debió de haber nacido en pañales de seda,
ya que su padre era dueño de la sedería The New African, que ocupaba la
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José Rogelio Álvarez
planta baja de la residencia familiar. Antes su padre había tenido la tienda
La Africana, en la avenida Hidalgo, cuyo local fue derruido al abrirse la calle
de Héroes. La razón social en inglés que después tuvo aquel estableci-
miento era congruente con su nueva ubicación en la colonia Americana,
cuyo nombre se mudó por el de colonia Juárez el 21 de marzo de 1906,
primer centenario del natalicio del Benemérito.
El padre de José era hombre próspero, ilustrado y progresista. Hizo
su fortuna comprando y vendiendo géneros a lo largo y ancho del país;
sabía inglés y francés, y más tarde aprendió náhuatl y totonaco; admiraba
a Madero y a Carranza y ejercía la paternidad con ánimo docente. A la
tertulia de trastienda que se reunía bajo su auspicio, asistían, entre otros,
Fernando Iglesias Calderón, opositor al régimen de Porfirio Díaz y presi-
dente del Partido Liberal; el ingeniero Francisco Bulnes; polemista, ejem-
plo de valor civil; el doctor Fernando Méndez Estrada, padrino de bautismo
de José; y Enriqueta Right Gayosso, viuda del fundador de la primera
agencia funeraria establecida en México. Cuando por esos años Iturriaga
apenas iniciaba sus estudios en la Escuela Primaria Alberto Correa, situada en
la esquina de las calles Dinamarca y Londres; aquel ambiente intelectual
suscitaba en él una temprana curiosidad política y cultural, aún más porque
desde los cinco años, guiado por su padre en las páginas de El Periquillo
Sarniento, aprendió a leer.
Al igual que muchos otros empresarios, el negocio de don Ricardo —su
padre— no resistió los avatares de la Revolución y quebró al principio de
los años veinte. Aunque víctima marginal del movimiento reivindicador,
sintió el deber de contribuir a consolidar sus ideales y optó por marcharse
a Veracruz como maestro rural. Allá dio clases en el caserío de El Trapiche del
Rosario y en la población de Tlacoluan de los Libres. El cambio de residen-
cia y varias circunstancias adversas, provocaron la ruptura del matrimonio
y el pequeño José quedó de hecho en la orfandad, aunque todavía acom-
pañado de su madre, doña María Asunción Sauco.
Antes de cumplir los ocho años, José empezó a trabajar. Fue aserra-
dor de trozas de pino en la maderería Excélsior, ubicada en el cruce de las

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