El problema de la señora Blynn, el problema del mundo

AutorPatricia Highsmith

La señora Palmer se estaba muriendo, ni a ella ni a ninguna otra persona de la casa le cabía la menor duda al respecto. Los habitantes de la casa habían pasado de ser dos, la señora Palmer y Elsie, la doncella, a ser cuatro en los diez últimos días. La hija de Elsie, Liza, que tenía 14 años, había acudido a ayudar a su madre y se había llevado a su peludo perro pastor, Princy, que para la señora Palmer era el cuarto habitante de la casa. Liza se pasaba la mayor parte del tiempo trabajando en la cocina y dormía en la pequeña habitación de techo bajo con dos literas situada tan sólo unos escalones más abajo de la habitación de la señora Palmer. La casa era pequeña: un saloncito, comedor y cocina en la planta baja, y arriba, el dormitorio de la señora Palmer, el cuarto de las literas y un cuartito donde dormía Elsie. Todos los techos eran bajos y las puertas y el techo de la escalera aún más bajos, de modo que uno tenía que agachar la cabeza constantemente.

La señora Palmer pensó que ya no tendría que seguir agachando la cabeza mucho tiempo, ya que sólo se levantaba dos veces al día, con su bata color lavanda ceñida al cuerpo contra el frío, camino del cuarto de baño. Tenía leucemia. No sufría ningún dolor, pero estaba terriblemente débil. Tenía sesenta y un años. Su hijo Gregory, oficial de la RAF, estaba destacado en Oriente Próximo. Tal vez llegaría a tiempo y tal vez no. La señora Palmer, de forma deliberada, no le había mandado un telegrama urgente, pues no quería molestarle ni importunarle, y en su telegrama de respuesta, él había dicho simplemente que haría lo posible por conseguir un permiso e ir a verla, y que le comunicaría la fecha exacta de su llegada. Su propio telegrama había sido cobarde, pensó la señora Palmer. Por qué no había tenido el valor de decirle claramente: "Me estoy muriendo, no creo que dure más de una semana. ¿Puedes venir a verme?"

- ¡Señora Palmer! -Elsie asomó la cabeza por la puerta, con una mano enharinada apoyada en el quicio-.

¿A qué hora ha dicho hoy la señora Blynn, a las cuatro y media o a las cinco y media?

La señora Palmer no lo sabía, y le parecía que no tenía ninguna importancia.

- Creo que a las cinco y media.

Elsie asintió preocupada, pensando en qué serviría con el té si era a las cinco y media y no a las cuatro y media. El té de las cinco y media podía ser menos sustancioso, porque la señora Blynn ya habría tomado un té en otra parte.

- ¿Quiere que le traiga algo, señora Palmer? -preguntó en un...

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