Princesa de Éboli: Mujer con muy buen ojo

AutorGuadalupe Loaeza

Perteneciente a la casa de los Mendoza, durante siglos uno de los linajes más importantes de España, Doña Ana de Mendoza de la Cerda, mejor conocida como la Princesa de Eboli, se convirtió en una leyenda rodeada de misterio, inevitablemente asociada a la España de Felipe II, en la segunda mitad del siglo 16. Se dice que fue amante de Felipe II y del secretario del rey, Antonio Pérez; se le acusa de haber sido cómplice del propio monarca en el asesinato de Juan de Escobedo, secretario de su medio hermano, Don Juan de Austria, entonces gobernador de los Países Bajos. ¿Quién era esta legendaria, intrigante y seductora mujer, objeto de la fascinación de novelistas e historiadores?

Hija única de Diego de Mendoza, Príncipe de Mélito, y bisnieta del Gran Cardenal, ilustre prelado, del que diría Isabel la Católica, Grande hasta en sus pecados, Ana nació en Cifuentes en 1540. Desde pequeña mostró un carácter voluble, rebelde, apasionado, dominante y altivo. Cuando tenía 8 años, Ana se empeñó en practicar esgrima con uno de sus pajes. Sin máscara ni protección, la niña tropezó y su cabeza fue a parar en el florete del paje, ensartando el ojo derecho en la punta del arma. A partir de entonces, tuvo que usar un parche. Alrededor de este incidente se ha especulado mucho. Se dice que, en realidad, era bizca. El doctor y escritor Gregorio Marañón dijo que a través del parche se puede observar una veladura en el ojo, la cual diagnosticó como un leucoma originado por una herida o una infección. Su madre cariñosamente la llamaba tuerta. Por lo tanto, nunca le afectó que así se refirieran a ella. Al contrario, el parche aumentaba su atractivo, haciéndola el centro de atracción, lo cual halagaba su vanidad. Se divertía combinando el color del parche con el de sus vestidos, lo adornaba con perlitas, chaquiritas o lentejuelas. Más tarde, lo usaría ya fuera de terciopelo o encajes, pero siempre negro.

Ana era una rica heredera. Cuando tenía 12 años, se concertó un matrimonio con Ruy Gómez de Silva, aristócrata portugués de 36 años, secretario y hombre de confianza de Felipe II, entonces todavía príncipe. "De los mayores cuidados que tengo para más acrecentar y sublimar a Ruy Gómez de Silva, es el procurar casarlo lo más alto posible; con esto, además de honrarlo, le doy parientes y defensores que lo amparen en Castilla. Siendo vos perteneciente a una de las mejores casas de España, y teniendo por hija a Doña Ana, es mi deseo que accedáis a darla en matrimonio a mi fiel servidor". Los Mendoza pensaron que más valía aprovechar esta oportunidad para su hija, quien en su único ojo acumulaba toda su capacidad de seducción. Cuando Ana vio por primera vez al que sería su marido, pensó que era un venerable anciano, pero como el desposorio era una...

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