La Princesa de los Cabellos de Oro

AutorAnónimo
Páginas85-102
LA PRINCESA DE LOS CABELLOS DE ORO
ubo una vez, en tiempos lejanos, una princesa muy lin-
da, a quien todos llamaban la Hermosa de los Cabellos de
Oro, porque sus cabellos eran más finos que el oro, maravillo-
samente rubios y al soltarse, le caían hasta tocarle los pies.
Hubo un rey mozo, en un reino vecino, que no se había
casado aún, y era rico y de noble presencia. A sus oídos llegó
cuanto se decía de la Hermosa de los Cabellos de Oro, y en
el punto mismo, sin verla, de tal modo se enamoró, que fue
perdiendo el apetito, y no quería llevarse a la boca manjar ni
bebida. Resolvió, pues, enviar embajadores que la pidiesen en
matrimonio. Mandó construir una carroza magnífica para su
enviado, le dio más de 100 caballos, y le encomendó con mu-
cho ahínco la misión de traerle a la princesa.
En cuanto el embajador se hubo despedido del rey, ponién-
dose en marcha, no hubo más conversación en la Corte, y el
rey, sin temor de que la Hermosa de los Cabellos de Oro no con-
sintiese en lo que él deseaba, mandó que se le hicieran desde
luego ricos vestidos y muebles maravillosos. En tanto que los
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LA P RIN CES A DE LOS CAB ELL OS D E ORO
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obreros trabajaban, el embajador, llegando a casa de la Hermo-
sa de los Cabellos de Oro, hizo brevemente la petición; pero,
ya fuese porque no estaba ella de humor aquel día, ya porque
no le agradasen del todo los cumplidos que se le dirigieron,
contestó al embajador que diese las gracias al rey, pero que no
tenía gana ninguna de casarse.
Tuvo que marcharse el embajador, de la Corte de la prin-
cesa, muy triste por no haber logrado convencerla, y volvió a
llevarse consigo todos los regalos que de parte del rey le llevaba.
Cuando llegó a la capital de su reino, en donde le espera-
ban con tanta impaciencia, todos se afligieron al verle volver
sin la Hermosa de los Cabellos de Oro, y el rey se echó a llorar
como un chiquillo.
Había un mancebo en la Corte, guapo como un sol; nadie
más gallardo que él en todo el reino. Por su buena gracia y su
ingenio, llamábanle Galán. Todos le querían, excepto algunos
envidiosos, molestos porque el rey le favorecía y se confiaba a
él en toda clase de asuntos.
Encontróse Galán con algunos que hablaban de la vuelta
del embajador, diciendo que nada importante había hecho, y
sin reparar en sus palabras, exclamó: “Si el rey me hubiera en-
viado cerca de la Hermosa de los Cabellos de Oro, seguro estoy
de que la hubiese traído”.
Aquella gente malvada se fue en seguida al rey con el
cuento: “Señor, ¿no sabe Vuestra Majestad lo que Galán va
diciendo? Que si le hubiéseis enviado cerca de la Hermosa
de los Cabellos de Oro, él os la hubiera traído. Ved si tiene
malicia: se las da de ser más hermoso que vos, e insinúa que
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