Las primeras damas

Me es difícil precisar cuándo, en nuestro mundo político, se dio en llamar a las esposas de los presidentes de la República "primeras damas", como confiriéndoles un título de nobleza, aunque en la realidad monda y lironda sólo significa un título honorífico como trato respetuoso dada su situación social sui géneris.

Seguramente, Sara Sefchovich, en su crónica histórica sobre la personalidad (y la suerte) de las cónyuges presidenciales en nuestro México posrevolucionario, dio el dato respectivo. Ignoro, como advertí, el cuándo, aunque el porqué se me hace fácil deducirlo por la proclividad a la adulación del poderoso, fenómeno común en cualesquiera latitudes. En resumen, sin embargo, "dama" no es necesariamente, como expone de modo relamido el diccionario Larousse: "Mujer distinguida, de clase social elevada y de alta educación", pues el francés "dame" se traduce sencillamente por "señora".

Ser "primera" en la nación, lógicamente por encima de todas las demás, es entonces arbitrariedad flagrante, injusticia supina por cuanto en tal designación intervienen la premeditación, la alevosía y la ventaja. Seres apreciables, pero de carne y hueso al cabo, no sobra el pasarles lista señalándoles algunas de sus características y sus acciones durante su paso sexenal por el magno tinglado.

Difícil asimismo saber dónde comenzar el recuento, pues de las cónyuges de los mandatarios pocas noticias se tienen al menos en los dos primeros tercios de nuestra vida republicana. En el siglo XIX apenas si hay algunas sombras y algunas figuras penumbrosas al lado de los mandatarios de esa época asaz revuelta: un fugitivo esbozo al lado de Santa Anna y, ya con personalidades perfectamente delineadas, nada más Margarita Maza de Juárez y Carmen Romero Rubio de Díaz. La primera, dignísima compañera en las glorias como en los infortunios del luchador social y estadista formidable que fue Juárez; y la segunda, sólo una figurita de adorno bajo la égida dictatorial de don Porfirio.

De doña Sara P. de Madero, la esposa del apóstol, sólo vale notar su discreción suma y su abnegación (su firmeza) en el triunfo y en la tragedia. Poquísimo se sabe de la esposa de don Venustiano Carranza y no mucho de doña María Tapia de Obregón, ya que el caudillo, constantemente ocupado en arduos menesteres guerreros, políticos y diplomáticos, poco tiempo habría de querer dedicar o permitir a galas conyugales. Del mismo modo, Plutarco Elías Calles -el otro fúlgido sonorense-, jefe máximo...

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