Premian a una luchadora de las letras

AutorMónica Lavín

En noviembre de 2002, Margaret Atwood estuvo en México invitada por la Universidad Nacional Autónoma de México y por la Feria del Libro de Guadalajara, para presentar una espléndida antología de cuentos canadienses anglófonos, a cargo de Claudia Lucotti: ¿Dónde es aquí? (FCE). El trabajo de Lucotti y el equipo de traductores permitió colocar una mirada en la literatura de ese vasto país, tan cerca del círculo Ártico y de Estados Unidos que sus escritores nos han sido poco visibles. Ya antes, la literatura francófona de ese país pudo ser paladeada a través de las antologías publicadas por la UNAM y coordinadas por Laura López Morales.

El reciente Premio Príncipe de Asturias, felizmente otorgado a Margaret Atwood, pone la mirada no sólo en la obra y figura de la escritora sino en la literatura canadiense en su conjunto (de la cual ella misma ha sido portavoz a través de antologías de cuento y poesía, como de la crítica). En los años 20, ya Morley Callaghan, quien trabajó en el Daily Star con Hemingway, había destacado en la literatura canadiense, luego lo haría su hijo Barry Callaghan, quien ha estado varias veces en México; Alistair McLeod, Leon Rooke y Mavis Gallart, entre otros de resonancia internacional como Michael Ondaatje (de origen srilankes), Alice Munro y Carol Shields (nacida en Estados Unidos).

Cuando Atwood vino a México también para inaugurar la Cátedra Margaret Atwood/Gabrielle Roy en la UNAM, me sorprendieron sus maneras delicadas, su figura frágil, su pelo rizado y sobre todo su mirada y sonrisa que delataban astucia y agudeza, y un fino sentido del humor. La acompañaba su marido, el también escritor Graeme Gibson, quien ya había vivido un tiempo en México y buscaba con fascinación una reproducción del dios murciélago de los mexicas. Pude platicar con ella de la literatura canadiense y de su manera de trabajar, de lo que significaba escribir novela o poesía. Acababa yo de leer la novela premiada con el Booker Prize (el más importante galardón de literatura en inglés), El asesino ciego, y estaba entusiasmada con el manejo de los planos de tiempo, con la imaginación que desplegaba y con su visión sobre los cambios en el mundo.

Aquella fábrica de botones espléndidamente descrita había perdido su razón de ser en la era del plástico. La nostalgia por un tiempo más plácido y más humano era visible, así como el choque entre los mundos de orígenes sociales distintos. Se respiraba el derrumbe de un mundo, el anhelo amoroso y la sed...

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