Las posibilidades filosóficas del sonido

AutorEnrique A. López

El sonido es un fenómeno poderoso y complejo. Por sí mismo es capaz de alterar la percepción que el ser humano tiene de su entorno objetivo y subjetivo. Tomemos un sonido honesto; por ejemplo, el que produce el más elemental de los taladros industriales alemanes en un cuarto carente de absorción acústica.

A cualquiera le quedará clara la presencia sonora de la herramienta.

Su estertor puede causar primero que nada sobresalto, y en la medida que se prolongue su influencia en el ambiente, esta sensación seguramente será seguida por desasosiego, ira, indefensión. Como la más confeccionada de las sinfonías, puede causar delirantes aunque distintas lágrimas en el oyente.

Hasta aquí, el experimento parece llevar a conclusiones inobjetables. Primariamente se dirá que el tránsito por los diversos estados de ánimo inducidos por el taladro obedece al nivel de 85 decibeles que, de acuerdo con el manual de instrucciones, emite la aguerrida máquina teutona cuando llega al punto máximo de maniobra. Pero en la realidad sensorial, científica y filosófica, la excursión emotiva resulta de muchos otros factores.

El volumen o mejor dicho, la potencia de un sonido es sólo la portada de una cuantiosa enciclopedia perceptiva. La ira e indefensión del hipotético oyente, así como el lugar que ocuparán esas sensaciones en el transcurso de la experiencia sonora, estarán determinados además por vectores acústicos como la longitud y forma de onda, la posible convivencia con otros sonidos, o la resonancia de los mismos según las barreras a las cuales impacte. Si se modica uno solo de ellos, el resultado será distinto: las sensaciones se retardarán o acelerarán; o bien, cobrarán formas y dimensiones distintas.

El sonido se manifiesta entonces como una ecuación cuyas variables, a diferencia de las matemáticas, no tienen la finalidad de producir resultados definitivos. El decibel mismo, estudiado desde el punto de vista acústico, entraña una relación logarítmica más que una unidad de medición. Demostrado el hecho de que no sólo los sonidos ordenados impactan la emotividad y el raciocinio de quien los escucha, surge el dilema: ¿debe denominarse por ello a ese sonido como música? La pregunta comenzó a plantearse hace ya casi medio siglo, y la respuesta vive apenas su infancia.

No obstante la complejidad de su materia prima, la música ha despertado a lo largo de la historia mucho menos inquietudes los filosóficas que otras disciplinas.

Esto, se ha dicho, responde al hecho de...

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