DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Toda la verdad

Cansa tanta política, la verdad sea dicha. Todos estos estos días, hasta julio, seremos atosigados por los millones de spots que los candidatos nos endilgan ya, y cuya trasmisión es vigilada con rigor de cancerbero por un lamentable IFE que sirve más a los partidos que a los ciudadanos. Si Moisés hubiera hecho caer esa plaga de irritantes anuncios políticos sobre el desventurado Faraón, éste habría dejado libres a los israelitas de inmediato, sin necesidad de que las aguas del Nilo se volvieran sangre, o de que una nube de langostas se abatiera sobre los egipcios. Por eso he decidido no hablar hoy de política. En su lugar transcribiré la carta que uno de mis cuatro lectores me hizo llegar sobre el tema de la pederastia en la Iglesia católica. Más de una vez me he ocupado de ese tema, y lo he hecho -como debía hacerlo, creo- cargando las tintas negras sobre los abusos incalificables cometidos por sacerdotes pedófilos. Por eso ahora considero mi deber publicar aquí ese mensaje, cuyo título es "Carta de un sacerdote". Dice así: "Querido hermano periodista: Soy un simple sacerdote católico. Me siento feliz y orgulloso de mi vocación. Hace 20 años que vivo en Angola como misionero. Veo en muchos medios de información noticias detalladas sobre la vida de algún sacerdote pedófilo. Algunas de esas presentaciones son hechas con ponderación; otras, en cambio, están amplificadas, llenas de prejuicios, y aun de odio. Siento un gran dolor por el profundo mal que hacen esos malos sacerdotes. Deberían ser señales del amor de Dios, y son en cambio puñal en la vida de seres inocentes. Nada puede justificar sus actos, y ninguna duda cabe de que la Iglesia no puede estar sino del lado de los débiles, de los indefensos. Todas las medidas que se tomen para la protección de los niños y de su dignidad deben tener prioridad absoluta. Llama la atención, sin embargo, que no se tome en cuenta, y nunca sea noticia, la labor de miles y miles de sacerdotes y religiosos que entregan su vida en bien de millones de personas en los cuatro ángulos del mundo. Por ejemplo, ningún diario publicó la noticia -ni a mí me interesó que se publicara- de que el año 2002 llevé en mis brazos, por caminos minados, a decenas de niños desnutridos desde Cambunge a Lwena, para salvarlos de morir por hambre. Tampoco se sabe que en México los hermanos de la orden a que pertenezco han librado de la muerte a innumerables pobres...

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