De política y cosas peores / Sana convivencia

AutorCatón

El cuento con que empieza hoy esta columnejilla no sólo es sicalíptico: también es de pésimo gusto. Seguramente lo habrían reprobado de consuno doña Tebaida Tridua, censora de la pública decencia, y la señora Amy Vanderbilt, moderadora del buen trato social. Las personas apegadas a la moralidad y a la etiqueta deben abstenerse de leerlo... Doña Clitemnestra jugaba todas las tardes a las cartas con sus amigas. Un día el juego se prolongó más que de costumbre, y cuando Clitemnestra vio el reloj se asustó mucho. "¡San Alfonso Rodríguez!" -exclamó llena de sobresalto. Tenía el piadoso hábito de invocar al santo del día, y el de la fecha era ese fraile mallorquín, espejo de obediencia. Se cuenta de él que en cierta ocasión fue a la iglesia del pueblo a escuchar a un célebre orador sagrado. El templo estaba atestado, de modo que cuando llegó el superior de la orden no halló asiento. Alfonso se levantó para cederle el suyo. "No se mueva usted de ahí" -le dijo el prior. Esa noche los monjes se extrañaron al no ver al frailecito. Lo buscaron en su celda y no lo hallaron. Tampoco estaba en el huerto, ni en parte alguna del convento. No apareció el siguiente día, ni el que le siguió. El superior fue al pueblo a dar cuenta de la desaparición de Alfonso. Le dijeron que estaba en la iglesia, y allá fue. "¿Dónde andaba? -le preguntó irritado-. Hace dos días lo buscamos". Respondió él: "Usted me ordenó que no me moviera de aquí". ¡Ah, santa obediencia! Pero advierto que me he apartado del relato. Vuelvo a él. "Tengo que irme -les dijo doña Clitemnestra a sus amigas-. Mi marido llega a las ocho de la noche y no le he preparado la cena". En su casa la señora se dio cuenta de que no había nada en el refrigerador, aparte de un tomate y unas hojas de lechuga. He ahí las funestas consecuencias del juego. En eso oyó el automóvil de su esposo, que llegaba. ¡San Alfonso Rodríguez! Lo único que la mujer tenía a la mano era una bolsa de croquetas para perro. Puso una porción en el plato, con el tomate rebanado y la lechuga. Y sucedió un milagro que doña Clitemnestra atribuyó al santo del día: el hombre cenó muy a su sabor. "¡Qué rica ensalada! -comentó al terminar-. Deberías...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR