De política y cosas peores / Quema de Judas

Doña Uglilia era más fea que rascarse el trasero cuando están tocando el Himno Nacional. Si la veías de lejos parecía un rinoceronte; si la veías de cerca querías que mejor fuera un rinoceronte. En cierta ocasión, ella y su marido fueron de vacaciones a Acapulco. La primera noche de su estancia abrió doña Uglilia la ventana del balcón y suspiró: "¡Qué noche tan romántica!" "¡Ah, no! "protesta con vehemencia desde la cama su marido". ¡Estoy de vacaciones!"... El tendero, hombre fosco y mal encarado, le preguntó a la muchacha que llegó: "¿Qué quiere?" Responde ella: "Una barra de pan. Y, si tiene huevos, una docena". El hombre se vuelve a su ayudante y le ordena con tono violento: "¡Trece barras de pan!" (No le entendí)... Supongo que en algunos lugares de México se conserva aún la antigua tradición de la quema de judas (con minúscula). Los tales judas eran monigotes que se colgaban de una cuerda tendida de uno a otro lado de la calle, y a los que se prendía fuego "a veces con estrépito de cohetería" ante el contento y regocijo del pueblo. A veces los judas tenían figura de personajes conocidos, o encarnaban los vicios que la gente detestaba. En tiempos de la rebelión cristera, cuando la Iglesia Católica y el Estado mexicano se enfrentaron en una cruenta lucha "los poderosos de uno y otro bando miraban los acontecimientos desde arriba, mientras abajo el pueblo de ambos bandos se mataba", en esos tiempos digo, los gobiernistas quemaban judas en la forma de curas con sotana, y los creyentes ponían fuego a monigotes con la traza de Calles u Obregón. No quiero ni pensar a cuántos judas quemaría el pueblo hoy, si pudiera. Cada quema sería una pequeña revolución en contra de todos los males de injusticia que los pobres de México padecen: el hambre, la ignorancia, la...

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