DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Pobre calidad

AutorCatón

Eglogia y Bucolia, muchachas campesinas, fueron a vivir en la ciudad. Buscaban mejores oportunidades. Una semana después, sin embargo, regresaron llenas de susto a su casa, con la novedad de que en esos pocos días Eglogia había perdido la preciosa gala de su doncellez. "-¿Cómo es posible?" -le preguntó a la chica doña Holofernes, su mamá-. ¿Por qué tú ya no eres virgen, y Bucolia sí?". Responde Eglogia, compungida: "-Es que ella corre más aprisa que yo"... En el Congreso de Telequinesia, dijo el conferenciante: "-Aquellos que crean que es posible mover objetos por medio del poder de la mente, levanten mi mano"... Enrique Perales Jasso, de Matamoros, Tamaulipas, fue compañero mío en el glorioso Ateneo Fuente de Saltillo. No le decíamos Enrique, o Quique. Tampoco lo llamábamos por su apellido paterno. Le decíamos "Quiquis". Quiquis Jasso. Era -y sigue siendo- alto y delgado como una buena intención. Estudiante brillantísimo, sacaba siempre las máximas calificaciones. Lo admirábamos por su dedicación y su talento. Pero lo mejor de él era -y sigue siendo- su calidad humana. Quiquis Jasso es todo bondad, todo gentileza, todo amistad, como en los tiempos de la preparatoria. Escribió sus memorias en un precioso libro lleno de recuerdos, sobre todo de nuestra vida estudiantil. De esos lejanos días tan cercanos narra una anécdota que yo tenía ya olvidada, y que es de enorme interés (para mí). Escribe: "Un día me invitó Armando Fuentes a su casa, cerca de la plaza de San Francisco, una casa de arquitectura tradicional de Saltillo, con amplios espacios. Recuerdo el piso, que me impresionó por estar impecablemente limpio, y mucha luz natural. A la entrada había macetas con plantas. En su recámara Armando tenía una buena cantidad de libros, muy bien organizados. Le pregunté: '¿Vendes libros?'. 'No, Enrique -me respondió-. Los leo'. Le expresé mi incredulidad, y él me pidió: 'Toma cualquier libro, al azar'. Escogí uno. Era el 'Poema de Mío Cid'. 'Ábrelo en cualquier página -me dijo él- y lee cualquier línea'. Leí el primer verso de una estrofa, y de ahí Armando siguió recitando el poema de memoria. Yo estaba maravillado. Posteriormente lo escuché en el Paraninfo, y me asombró su oratoria. ¡Sorprendente! Llena de conceptos y con un lenguaje excelente. Ya entonces manejaba conceptos de filosofía, de sociología e historia. Era una delicia escucharlo...

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