DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

Creo en Dios. Supongo que alguna vez no creí en Él, pues ninguno de los que estaban cerca de mí creían. Mis cuatro abuelos eran ateos, lo mismo que mis padres y mis hermanos. Su ateísmo era tan ciego como la fe de los creyentes. Para ser ateo de verdad el ateo debe ser ciego, y también sordo. No ha de ver más allá de lo que se ve, ni oír a nadie que crea. Yo tuve la fortuna -o la desgracia, no sé bien- de haber leído. Los libros me enseñaron a creer. ¿Cómo no tener fe después de haber leído a San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Ávila, a Dostoievsky y Tolstoi, a Bernanos y Claudel? De mis lecturas aprendí que toda reflexión acerca del universo lleva por fuerza a pensar en una primera causa creadora, no creada, a admitir la existencia de un principio inasible para la mente humana que lo mismo se puede llamar Dios que con cualquier otro nombre. Luego tuve la desgracia -o la fortuna no sé bien- de ver cómo actuaban algunos ateos. Parecían no darse cuenta de que para ellos el ateísmo era una religión igual que la de los creyentes. Eran creyentes al revés, muchos de ellos tan fanáticos como el más religioso de los hombres de religión. En cierta ocasión asistí a una conferencia en la cual el disertante desafió a cualquiera de los presentes a probar científicamente la existencia de Dios. Era como si un hombre de fe retara a un científico a probar teológicamente la existencia del átomo. Otra vez fui con mis padres a una reunión de amigos suyos. Salió el tema de Dios. (¿Por qué los ateos hablan tanto de Dios? ¿Será porque en su mismo nombre, "ateos", está la idea universal de Dios?). Uno de los que estaban ahí, algo borracho ya, se plantó en medio de la sala y dijo: "Si Dios existe que envíe ahora mismo un rayo que caiga sobre mí". Yo iba a hacer la broma de apartarme de su lado con fingida alarma, pero me contuve, pues pensé que la ocurrencia no gustaría a nadie, y a mis papás menos que a nadie. El rayo no cayó, naturalmente -los rayos sólo caen naturalmente-, y los asistentes premiaron con aplausos la boutade del ebrio. Yo consideré aquello una exhibición risible. No quiero decir que ahí me hice...

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