DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

La compró por despecho. Otras estatuas las había comprado por bellas, o por raras, o -sobre todo- porque alguno de sus rivales la deseaba. Ésta la compró por rabia de hombre herido que busca venganza y que por no alcanzarla se hiere a sí mismo en vez de herir a quien lo hirió. La estatua representaba a Salomé. El cuerpo de la mujer, embellecido por la maldad, se ofrecía perversamente en la danza a la inútil lujuria del caduco rey. Sostenía en alto, como trofeo que se muestra, la bandeja encharcada en sangre con la cabeza del Bautista. La elevación de los brazos dejaba al descubierto el vello de las axilas de la hembra, donde temblaban impúdicamente algunas gotas de sudor. Sobre las costillas, anuncio de esqueleto, se abrían las ubres, enhiestas y rotundas, primero acercadas con promesa, alejadas después con engaño. En su cintura el hondo ombligo parecía hecho para que un hombre sabio pusiera en él la punta de la lengua. La suavidad del vientre terminaba en el trozo de tela que no alcanzaba a ocultar la leve protuberancia anunciadora del primer fin y el último principio de toda aquella voluptuosidad. Una pierna sostenía el peso de la mujer. La otra, ligeramente flexionada, dejaba ver la planta del pie, destinada al beso del varón esclavo. En el tobillo brillaba, maligna, una ajorca. ¿Hacia dónde miraba Salomé mientras danzaba? Si quien la veía se ponía al frente la mirada de la mujer se dirigía al trofeo sanguinoso. Vista de soslayo la bailarina miraba a quien la miraba y le decía por lo bajo: "Esa cabeza es la tuya". En la estatua el coleccionista veía a la mujer que lo dejó, y en la cabeza del sacrificado se contemplaba él mismo. Él era la víctima; ella la victimaria. Cuando pasaba frente al mármol sentía que se le untaban su dureza y su frialdad. Aborrecía a la efigie y al mismo tiempo se sentía atraído por ella. Mujer y estatua se le confundían. Una noche de soledad, desnudo, sin más luz que la que despedían los ojos de la Salomé de mármol, le acarició los senos y la grupa, y en vértigo febril juntó su cuerpo al de la bailarina y poseyó a la piedra. Desde ese día su odio y su rencor se concentraron...

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