De política y cosas peores / Plaza de almas

AutorCatón

Cuando el médico le dijo que se iba a morir se sintió más vivo que nunca. Todo empezó con aquel dolorcillo leve que sintió en el pecho, y que creyó era efecto del frío del invierno. Pero pasó el invierno, y el dolorcillo no pasó. Se convirtió en dolor. Fue a la consulta de un médico. Exámenes. Radiografías. Pruebas de laboratorio. Y al final el diagnóstico: cáncer de pulmón. Se sorprendió. Jamás había fumado. Hizo deporte cuando joven. Aun ahora solía ejercitarse; salía a caminar todos los días. Se había considerado siempre un hombre sano. Y ahora el médico le decía que le quedaban seis meses de vida. "¿Hay algo que se pueda hacer?" "Nada. Ya es demasiado tarde". Él no tenía miedo de morir. Temía, sí, a la enfermedad, a los dolores e indignidades que con ella vienen. El médico lo tranquilizó. Había formas de evitarle el sufrimiento, le indicó, y se emplearían todas. Cuando llegara la hora se iría sin darse cuenta, rodeado de sus seres queridos. Él iba a decir: "No tengo seres queridos", pero se contuvo. Hacía años se había divorciado de su esposa; los dos hijos que con ella tuvo vivían lejos; nunca los veía. ¿Amigos? Apenas algunos conocidos con quienes se reunía a veces para intercambiar tedios y soledades. Además en trances como éste los amigos dejan de ser amigos: se vuelven sobrevivientes que en el fondo se alegran de no haber sido ellos a los que les cayó el rayo. Te dicen a lo más: "Qué mala suerte", y luego se van a ver los resultados del futbol. Fue entonces, en la presencia de la muerte, cuando le llegó la vida. En el patíbulo, como quien dice, se sintió hombre nuevo. Una extraña seguridad en sí mismo lo invadió. ¿Saben qué hizo? Buscó a la primera mujer de la que estuvo enamorado. Ya no era, claro, la que había sido cuando él la conoció, aquella muchacha hermosa, de cuerpo apetecible y rostro de madona. Viuda, marchita ya, mostraba en el paso y en el peso el peso y el paso de los años. No había sido su novia, ni...

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