DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Parejas

AutorCatón

"-Soy gay -le informó el marido a su mujer-, y voy a salir del clóset". "-¡Primero sal de deudas, desgraciado! -exclamó la señora con enojo... Hubertino Mata Rife, famoso cazador, fue a Alaska en busca del temible oso grizzly. Contrató a un guía nativo, y le preguntó si había algún medio para protegerse en caso de un ataque del peligrosísimo plantígrado. "-Si lleva usted un calzón rojo -le informó el avezado montero- podrá salvarse de la acometida del oso". "-¿Un calzón rojo?" -se asombró Hubertino. "-Sí -confirmó el guía-. Claro, todo depende de qué tan aprisa lo lleve"... Pimp y Nela formaban una extraña pareja. Él había sido gigoló y ella su pupila, pero ambos se habían jubilado de sus respectivas profesiones, y ahora vivían con placidez en un chalet campestre, dedicados a la cría de urogallos. En una fiesta conocieron a cierto caballero, pilar de su comunidad, también alejado ya de los negocios. "-Me retiré -les comentó el boyante financista- cuando se me dobló el capital". "-Qué coincidencia -dijo Pimp-. Yo también"... Art y Maña eran otra pareja interesante. Su oficio era el de carteristas. Maña en particular tenía una habilidad extraordinaria para el difícil arte del pickpocket. Podía sacarle el calcetín a un hombre sin quitarle el zapato. Al ver su prodigiosa habilidad manual daban ganas de decirle aquello que los groseros pelados de gayola les gritaban en los teatros de revista a los músicos que hacían florituras en el requinto de los tríos o en la vibrante arpa jarocha. Les dirigían esta frase cargada de sicalíptica intención: "¿Cuánto por la manita?". Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Cierto día -infortunado día- Art, menos diestro que su compañera, fue sorprendido en el Metro en el momento en que le birlaba la cartera a un pasajero mediante el procedimiento conocido entre la gente del hampa con el nombre del dos de bastos. Cuando se vio ante el Juez se declaró inocente de la acusación. Dijo que padecía amnesia, y que las cosas se le olvidaban fácilmente. Quizá, alegó, había metido en efecto la mano en el bolsillo del caballero, pero lo hizo pensando que era su propio bolsillo. "-Ponga cuidado en lo que dice, joven -lo amonestó el Juez-. Hay de olvidos a olvidos. Yo, por ejemplo, olvidé esta mañana mi reloj en la casa. Lo tenía en mi...

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