De política y cosas peores / Obediencia

AutorCatón

Vivimos tiempos de desobediencia incivil. Nadie obedece ya a nadie: los alumnos no obedecen a sus maestros; los empleados no obedecen a sus jefes; los hijos no obedecen a sus padres; los maridos no obedecen a sus esposas. Los únicos que obedecen son los diputados, atentos siempre a la voz de su amo, el líder camaral. En otras épocas todo era docilidad y sumisión. Para obtener ahora esta clase de acatamiento tendría uno que agotar toda su fortuna. Y eso que la obediencia es santa, al menos en religión: "El que manda puede equivocarse; el que obedece no se equivoca nunca". Las cosas, sin embargo, no son tan fáciles como parecen. Recordemos el caso de aquellos tres Generales, norteamericano el primero, alemán el segundo, y el tercero mexicano, que discutían al borde de un abismo acerca de la disciplina, obediencia y valor personal de sus respectivos soldados. El general estadounidense llamó a uno de sus hombres y le ordenó: "Arrójate al precipicio". "Sir, yes, sir!" -gritó el soldado americano. Y sin vacilar se lanzó al vacío hacia una muerte segura. "¿Lo ven? -se jactó el yanqui-. ¡Eso es valor!" El general alemán hizo llamar a uno de sus soldados. "Achtung! -le dijo-. Arrójate a ese abismo". El mílite germano acató al punto la orden de su jefe, y se precipitó a su muerte. "¿Han visto? -dijo con ufanía el general teutón-. ¡Eso es coraje!" A continuación el general mexicano llamó a uno de su tropa. "Sornis, jefe" -se presentó el soldado cuadrándose desgarbadamente. "Aviéntate a ese precipicio" -le ordenó el general. "Voy, voy, mi comandante -respondió, burlón, el tal soldado-. ¿Pos de cuál fumó ora, jefecito? Aviéntese usté si quiere". Y así diciendo dio la espalda y se retiró con displicencia. "¿Qué tal? -les dice muy orgulloso el general mexicano a sus colegas-. ¡Ésos son güevos!" Viene a cuento ese cuento como prólogo a otro que en seguida narraré. El relato es de color subido, motivo por el cual las personas púdicas, pudorosas, pudibundas, recatadas, decorosas o modestas deben abstenerse de leerlo. En todo caso pídanle a alguien que se los lea, y después finjan el correspondiente escándalo... Un militar estuvo ausente de su casa mucho tiempo. Cuando volvió le dijo a su mujer que en el curso de su larga ausencia había desarrollado una rara y peregrina habilidad. Ipso facto...

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