De política y cosas peores / Madurez

Hay cinco palabras que un hombre jamás le dirá a una mujer. Esas palabras son: "Tienes las bubis demasiado grandes"... Las personas con escrúpulos morales no deben leer esta columna el lunes venidero. Más aún: ni siquiera deben abrir la página en que aparece esta sección. Me alargo: harían bien en abstenerse hasta de tocar el periódico en que se publica. Y si me apuran diré que ese día deben salir de la ciudad, y aun del país. ¿Por qué? Porque pueden quedar expuestos a los deletéreos efectos que provocará la aparición del cuento que el lunes relataré aquí. La dicha historia se llama "Filatelia". Tras ese inocuo nombre se oculta una de las más tremebundas badomías que aquí se han dado a luz. Recomiendo cautela, por lo tanto. Nadie eche en saco roto esta oportuna admonición... Algo está cambiando en México, y está cambiando para bien. Quizá los políticos han hecho examen de conciencia -algunos, sabe usted, la tienen- y se han dado cuenta de que no pueden seguir actuando como antes. O quizá la presión ejercida por los ciudadanos a través de las redes sociales está obligando a los políticos a mejorar la calidad de su actuación. Lo cierto es que vemos ahora cosas que hace apenas un año ni siquiera hubiésemos imaginado. Ahora los dirigentes de los partidos principales dialogan entre sí, y llegan con el gobierno a acuerdos que pueden traducirse en importantes cambios para México. La mejor prueba de que las cosas están cambiando es que López Obrador no dijo -al menos hasta ahora- que la explosión en la Torre de Pemex fue parte de un compló de la mafia del poder para distraer a la ciudadanía de las maniobras tendientes a entregar nuestro petróleo -con otras cosas más- al extranjero. Tengo una teoría. La madurez de los ciudadanos no es efecto de la madurez de los políticos, sino a la inversa: conforme la ciudadanía se vuelve mejor -más consciente, más preparada, más demandante-, quienes hacen política se ven precisados a mejorar la calidad de su actuación. Pienso que eso está sucediendo entre nosotros. ¿Ingenuidad? Quizá. Pero prefiero ser iluso esperanzado y no pragmático realista condenado al negro abismo de la desesperación. (¡Caón, qué frase esta última! Parece salida de las páginas de El Joyel...

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