De Política y Cosas Peores / Libros sagrados

El presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, no podía dormir. Lo desvelaban las inquietudes derivadas de la ocupación de Iraq; le quitaba el sueño la posibilidad de nuevos actos terroristas. Toda la noche se la había pasado dando vueltas y vueltas en la cama. Probó variadas formas de combatir el insomnio: contó ovejas, bebió una taza de leche tibia, leyó sus propios discursos... Todo inútil: ni el más poderoso hipnótico, somnífero o papaveráceo habría tenido efecto en él. Dejó entonces el lecho y fue por los vastos corredores de la Casa Blanca. En la oficina oval vio un retrato de George Washington. "Señor -le preguntó-, ¿qué debo hacer?" Le contestó el Padre de la Patria: "No digas más mentiras". Fue luego ante el retrato de Thomas Jefferson, autor principal de la Declaración de Independencia. "Señor -le preguntó-, ¿qué debo hacer?" "Apégate estrictamente a la Constitución" -oyó que le respondía el virginiano. Siguió su caminata y llegó adonde estaba el retrato de Abraham Lincoln. "Señor -le preguntó-, ¿qué debo hacer?" El prócer le clavó una mirada penetrante y luego le sugirió: "¿Por qué no vas al teatro?"... El problema con los libros sagrados -Biblia y Corán, digamos por ejemplo- es que por sacralizar a Dios desacralizan al hombre. Leer esos libros sin discernimiento conduce a fanatismos fundamentalistas muy peligrosos. En nombre de Dios se atenta contra la dignidad del hombre y contra el valor supremo de la vida. Eso explica el ataque terrorista del 11 de septiembre; eso también explica que, como respuesta a ese terrorismo, los Estados Unidos se hayan vuelto ellos mismos terroristas. No soy predicador -líbreme Dios de ese destino aciago- pero creo que las cosas habrían marchado mejor si Bush, puesto a escoger entre libros sagrados, hubiese escogido el Nuevo Testamento en vez de optar por el Antiguo. Entonces, viendo en las Torres Gemelas un "Mane, thecel, phares" de advertencia contra la soberbia y la ceguedad, en lugar de aplicar la ley del talión habría puesto en práctica la doctrina del amor. En vez de hacer la guerra habría buscado la paz; habría puesto el enorme poder y riqueza de su país al servicio del bien, ayudando a los pueblos pobres, cooperando al fortalecimiento de la educación, la salud, la seguridad en el llamado Tercer Mundo, que ya es el cuarto, o...

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