DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Eternidad

AutorCatón

Aquella muchacha tenía un busto espléndido, pródigo, munífico, fantástico, magnífico, ubérrimo, pletórico, titánico, insólito. Un amigo suyo la invitó a nadar en el río. "No puedo -responde muy apenada la muchacha-. Siempre pego con el busto en el fondo". "¿Por qué no nadas de espaldas?". -sugiere el invitante-. "Tampoco puedo -responde ella-. Hay puentes"... Don Pedancio, el cochero del pueblo, era el hombre más borracho de toda la comarca. Su esposa le había dicho que el vino era su mayor enemigo, y por eso quería acabar con él. Cierta noche se quedó dormido en el pescante de su coche de caballos después de una de sus cotidianas borracheras. Cuando despertó a la mañana siguiente se miró con las riendas en la mano, pero sin caballo. Frotóse los legañosos ojos, y viendo a un muchachillo que andaba por ahí lo llamó y le dijo: "Ve a la casa que está en el callejón de la Gordameona número 2, y pregunta si se encuentra ahí alguien de nombre Pedancio". El chiquillo, que lo conocía bien, dijo para sí: "Ah qué don Pedancio. Ya anda ebrio otra vez". Y se fue. Mientras esperaba, don Pedancio, todavía bajo los efectos de la borrachera, razonaba en su interior: "Si ese tal Pedancio está en su casa, ya me hice de este coche. Pero si no está, entonces Pedancio soy yo, y ya me robaron el caballo"... Le comenta un tipo a otro: "Mercuriano es el vendedor más grande del mundo. Dudo que haya alguien con un poder de convencimiento como el suyo". "¿Por qué lo dices?" -pregunta el otro-. Explica el primero: "Hoy en la mañana hizo que su esposa sintiera lástima por la pobrecita muchacha que dejó olvidadas sus pantimedias y su tanguita en el asiento de atrás del coche de Mercuriano"... El mundo de la música recuerda en estos días el centenario de la muerte de Gustav Mahler. Cuando veo montañas me parece estar oyendo alguna de sus sinfonías; cuando escucho alguna de sus sinfonías me parece estar viendo una montaña. He pensado ahora en aquel sacerdote que predicaba acerca de la Pasión de Cristo. Con vívidos acentos hablaba de su muerte en la cruz. Todos los feligreses se conmovían; algunos lloraban. Uno entre ellos, sin embargo, no mostraba tristeza alguna; antes bien sonreía abiertamente. El cura, molesto, le preguntó: "¿No te duelen los sufrimientos del Señor? ¿Por qué ríes...

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