DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Deplorable cuento

AutorCatón

Decía Juan Verdaguer, aquel fino comediante: "Para ser un buen humorista hay que ser audaz, y yo soy audaz. Hay que ser inteligente, y yo soy... audaz". Pues bien: esa audacia me lleva hoy a narrar un cuento que, lo reconozco, no debería ver la luz en domingo. Este día es, para los creyentes, el día del Señor. Muchos cristianos se arrepienten el domingo de los pecados que cometieron el sábado y que seguramente volverán a cometer el lunes. Aun así el día debe respetarse. Don Chinguetas, por ejemplo, se abstiene de hacer el amor en domingo. (Su esposa doña Macalota dice que desde hace muchos años su marido muestra el mismo respeto por los demás días). Con igual consideración Edward C. Berners, a quien se atribuye la invención de la famosa copa de nieve llamada "Sundae", bautizó con ese nombre su sabrosísima preparación en vez de llamarla "Sunday". Por cierto, los mejores sundaes que en mi vida he probado han sido los de la Nevería Nakasima, tradicional negocio de esa estimadísima familia saltillense de origen japonés. Un sundae de la Nakasima era el regalo de cumpleaños que me hacían mis padres cuando niño. Después, cuando mejoró la economía de la casa, podía yo pedir un Paricutín, platillo de nieves de distintos sabores en forma de volcán coronado por un cubito de azúcar que se mojaba en alcohol y se encendía luego. Así, en pequeñas llamas, llegaba la prodigiosa pirotecnia a la mesa del feliz mortal que iba a consumir aquella maravilla. Pero veo que me he apartado del tema que me ocupa. Iba a decir que al final de esta columnejilla viene un cuento de subidísimo color y de dudoso gusto. Nadie con un adarme de razón debería poner los ojos en ese tremendo despropósito. Si yo los puse fue porque ignoraba el significado de la palabra "adarme". Al parecer es una medida de peso equivalente a tres tomines. El tomín era una pequeña moneda de plata. Los conquistadores, que nunca habían visto un colibrí, le dieron a la avecilla el nombre "tominejo", diminutivo de tomín. Mas ¿qué me sucede? ¡Otra vez me he ido por los cerros de Úbeda! Lean mis cuatro lectores el deplorable cuento a que he aludido, y constaten que no debería haber salido este día... Antes narraré algunos cuentecillos...

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