De política y cosas peores / A conveniencia

AutorCatón

Mágico pueblo y Pueblo Mágico es Santiago, Nuevo León, muy rico en ingeniosos personajes. De ahí era la Perolona, hombre de apodo peregrino que no le vino de parecer perol o cosa semejante, sino de su costumbre de ofrecer en venta sacos hechos de lona que se birlaba bonitamente, uno cada día, cuando iba al otro lado a las pizcas del algodón, y que luego traía para realizarlos entre sus convecinos. Decía: "Te vendo este costal de lona". Y seguidamente reiteraba, enfático, para ponderar la calidad de la tela: "Pero lona". De ahí aquel remoquete: la Perolona. De Santiago fue también aquel señor que perdió las piernas en un accidente desastrado, y como ya no pudo ayudar con dinero a sus sobrinos éstos le volvieron la espalda. Él los amenazó y maldijo: "Cuando me muera van a ver". Poco después el infeliz pasó a mejor vida. La misa de sus funerales se llevó a cabo en el lindísimo templo santiaguense, al que se llega por una empinada escalera de numerosas gradas. Terminado el oficio el cortejo se encaminó al panteón municipal. Ya en la tumba los sobrinos le pidieron al enterrador que abriera la tapa del ataúd para ver por última vez a su adorado tío. El de las pompas fúnebres hizo lo que se le pedía, y he aquí -¡horror!- que el cuerpo había desaparecido. El señor no estaba ya en la caja. Sus ingratos sobrinos se espantaron. Recordaron la maldición que el difunto había hecho caer sobre ellos: "Cuando me muera van a ver", y pensaron que el muerto había escapado para volver después, fantasma, a cobrar su venganza de ultratumba. Pero todo tiene una explicación, excepción hecha de lo inexplicable. Sucedió que al bajar los dolientes con el ataúd la inclinada escalera de la iglesia, el cuerpo del muertito se deslizó hacia abajo de la caja, por la falta de piernas del finado, de manera que al ser abierta la tapa del féretro, que está en el extremo correspondiente al rostro del difunto, no se vio nada. ¡Vaya susto! Es otra, sin embargo, la anécdota que me interesa relatar como ilustración para mi comentario de hoy. Cierto trabajador de la fábrica textil que había en Santiago cobraba cada sábado su paga, de 80 pesos semanales. Un día le pusieron por equivocación 100 en el sobre. No dijo nada él: hay que sufrir con cristiana resignación las fallas de nuestro prójimo. Pero llegó el siguiente...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR