De política y cosas peores / Condición del hombre

La esposa de Ovonio Grandbolier le preguntó: "¿Qué vas a hacer hoy?" "Nada" -respondió el harón. Le reprochó la señora: "Lo mismo hiciste ayer". "Sí -replicó Ovonio-, pero no acabé"... La frase es atribuida a Adolfo López Mateos, con verdad o sin ella: "Cada mexicano tiene la mano metida en el bolsillo de otro mexicano, y ay de aquél que rompa esa cadena". Tal aserción, al mismo tiempo desolada y cínica, quiere significar que la corrupción es ínsita -es decir consustancial- a la vida pública de México. En tiempos muy pretéritos se hablaba del "unto mexicano", o sea el dinero con el cual había que aceitar las manos de los funcionarios para obtener de ellos lo que por ley no se podía conseguir. En mi primer año de estudiante de Derecho oí hablar de aquel juez de pueblo que tenía en la pared de su oficina un cartel admonitorio que decía: "Artículo primero: Con dinero baila el perro. Artículo segundo: Para los efectos del artículo anterior el perro soy yo". No creo que la corrupción sea cosa de cultura. Pienso que es -peor todavía- cosa de natura. En el hombre hay mala levadura, dijo el poeta. La concupiscencia del dinero es en él tan fuerte o más que el deseo de la carne. Después del acto del amor -o de tres o cuatro actos consecutivos del amor, para quienes beben las miríficas aguas de Saltillo- el ímpetu sexual se calma, queda sosegado por un tiempo (10 minutos, para los que toman aquellas taumaturgas linfas), pero la sed de dinero no se sacia nunca. El que tiene poco quiere mucho, y el que tiene mucho quiere más. Auri sacra fames, maldita hambre de oro, escribió Virgilio en La Eneida, cuyos primeros párrafos me hizo traducir y analizar palabra por palabra don Rafael Salinas, maestro mío de Latín en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Otro profeta, éste de nuestro tiempo, Chaplin, describió en su película Gold Rush los extremos a que llegan los humanos con tal de conseguir riqueza. Yo creo que la riqueza mayor consiste en no desearla, pero...

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