DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / El bien y el mal

AutorCatón

Diego Fernández de Cevallos estuvo en mi casa de Saltillo -la de ustedes- cuando fue candidato presidencial. Me dijo que un comentario favorable mío le acarrearía medio millón de votos. Recuerdo que lo acompañaba un robusto guardaespaldas de estatura enorme. Cuando el hombrón tomó asiento, la silla se quebró bajo su peso, y el asustado cuidador cayó estruendosamente al suelo. "Esto ha de ser obra del PRI" -comentó Fernández de Cevallos. Poco antes del día de la elección, el candidato panista desapareció en forma misteriosa. Sus partidarios -entre los cuales me contaba yo- ya no supimos nada de él. Defendió denodadamente el supuesto triunfo de Carlos Salinas de Gortari sobre Cuauhtémoc Cárdenas, cuando la tristemente célebre caída del sistema. Desde entonces la sospecha siguió como una sombra al llamado "Jefe" Diego, y las opiniones sobre él se dividieron: unos decían que era un perfecto vividor de la política; otros negaban eso con el argumento contundente de que nadie es perfecto. Yo pienso que en Diego Fernández de Cevallos han luchado, como en todos nosotros, el mal y el bien, y ni uno ni el otro han obtenido la victoria. En pocos hombres como en él se aprecia la inmensa distancia que hay a veces entre lo que se dice y lo que se hace. En ocasiones triunfa la materia sobre el antiguo ideal. Acerca de su segunda desaparición, la del secuestro, yo nada tengo qué decir. Me alegré por la liberación del secuestrado -igual me habría alegrado por la de cualquier otro-, pero me inquietó ver que la ciudadanía se mostró en general indiferente ante la suerte del político y negociante. Eso, con la tremenda experiencia que sufrió, debe llevar a Fernández de Cevallos a meditar profundamente sobre su vida pasada, y sobre lo que hará en el porvenir. Más allá de la estudiada grandilocuencia -con inclusión en ella de una cita cervantina- que usó al dirigirse a los medios de comunicación después de su regreso, Diego ha de ver en todo esto una convocatoria a la verdad, de modo que la riqueza y el poder no abatan lo mucho de valioso que hay en su persona, como en la de todo ser humano, y pueda ser fiel de nueva cuenta a los valores que un día, quizá ya muy remoto, normaron su vida y sus acciones... ¡Vaya sermón, y vaya perorata! El...

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