De Política y Cosas Peores/ Iglesia católica

Quiero tanto a mi Iglesia que me duele. Soy católico. Mal católico: hasta temo estar usurpando el nombre cuando me digo tal. Pero nací en el seno del catolicismo y en él espero terminar mi vida. Nada me haría renunciar a mi fe, agua clara en vaso quebrantado y sucio. Desde esa fe y desde aquel amor proclamo a veces mi sermón de laico... En los últimos días, he lamentado con tristeza dos declaraciones de dignatarios de mi Iglesia. La primera se refiere a la pretensión de que se imparta educación religiosa en las escuelas públicas. Absurda es, a mi juicio, la demanda. La separación de la Iglesia y el Estado, principio básico de la sociedad moderna, implica que la educación estatal deba ser necesariamente laica. Todas las Iglesias han de tener los mismos derechos, y ni aún la mayoritaria puede pretender ponerse por encima de otras. Si el Estado aceptara la impartición de educación religiosa en las instituciones de su dependencia, entonces tendría que admitir a todas las Iglesias, no sólo a la católica. Propongan los obispos, sí, el establecimiento de asignaturas escolares por medio de las cuales adquieran los alumnos principios y valores necesarios en la vida comunitaria. Pidan, incluso, que en la elaboración de los programas correspondientes a esas materias puedan participar representantes de la Iglesia, junto con otros de diferentes credos religiosos, de organizaciones de padres de familia y de grupos sociales interesados en el tema. Pero no quieran regresar a etapas que en nuestra historia y la del mundo quedaron muy atrás... La segunda manifestación que he lamentado tiene que ver con la actitud de encubrimiento que parece ser la tendencia oficial de la Iglesia en lo que se refiere a sacerdotes culpables de abusos sexuales. Tampoco en este campo puede reclamar la Iglesia fuero especial o privilegio. La ley civil, derivada de la soberanía del Estado, obliga a todos...

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