DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

"Tendremos que casarlos". "Pero ¿cómo? Es imposible". "Hablaremos con el obispo, y a querer o no tendrá que darnos su autorización. Las cosas no pueden seguir tal como están. Si las dejamos que corran va a suceder una tragedia. Casarlos es la única forma de acabar con el problema". Al día siguiente fueron con el obispo. Cuando Su Excelencia oyó lo del matrimonio se escandalizó en tal manera que los visitantes temieron por el resultado de su gestión. Les dijo que aquella propuesta no sólo era locura: era también sacrilegio. Llamó a su secretario y le pidió que le llevara un vaso de agua para tomarse la pastilla que solía tomar cuando algo le descomponía los nervios. Luego les manifestó que en toda su vida jamás había oído un despropósito como ése. Si autorizaba un matrimonio así, ¿qué iban a pensar de él los demás obispos? Y el señor cardenal ¿qué iba a pensar? No, de ninguna manera podía permitirles esa aberración. Ellos, por turno, fueron exponiendo las razones para fundar aquella unión, ciertamente irregular. Cosas más extrañas se habían visto en la Iglesia, dijo uno. "No en mi diócesis" -replicó el obispo. El otro fue más atrevido: ¿acaso no había autorizado Su Excelencia la anulación del matrimonio de doña Fulana, que tenía 20 años de casada y siete hijos, para que pudiera desposarla aquel rico viudo que como era tan católico no concebía casarse sino por la Iglesia? "Opté por el mal menor -se defendió el obispo-. Además ese señor es un gran bienhechor nuestro. El matrimonio que ustedes proponen está fuera de toda razón. No lo permitiré. En nombre de la santa obediencia les prohíbo hacer lo que pretenden". Así diciendo Su Excelencia se tomó otra pastilla calmante. No contaba con el argumento Aquiles -así se llama en Lógica el que es irrebatible, contundente- que sus interlocutores llevaban en la manga. Le dijo uno de ellos: "Señor: si no nos da usted su anuencia para realizar esa boda correrá la sangre de dos pueblos. Los ánimos están muy exaltados. Habrá una masacre, y usted será el directo responsable de ella, pues no nos dejó hacer lo necesario para...

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