DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

Era un matrimonio desigual, es cierto, pero en alguna forma todos los matrimonios son desiguales. Si no quieres que tu matrimonio sea desigual cásate contigo mismo. Éste, sin embargo, era más desigual que otros, pues él tenía 70 años y ella 20. Medio siglo es bastante diferencia. A él le habían pasado muchas cosas, y a ella casi ninguna. Lo que él sabía lo sabía por ser viejo; lo que ella sabía lo sabía por ser mujer. Don Antonio -así se llamaba- era hombre de posibles. La única tienda de abarrotes del pueblo era suya. Viudo de mucho tiempo, sin hijos ni querida, de modesto pasar, falto de vicios, había hecho caudal. Tenía su casa, y se decía que en ella -no en el banco, pues era desconfiado- guardaba muy buenos dineros. De alguna manera todos los dineros son buenos -si los sabes manejar-, pero los suyos eran mejores, pues de ellos no tenía que dar cuenta a nadie. Mejor que el dinero, sin embargo, es la salud, y él la estaba perdiendo. Un achaque le resultaba hoy, otro mañana. ¿Por qué el dolor continuo en las espaldas? ¿Por qué esa tos? Entonces sintió un temor que nunca había sentido: el miedo a estar solo. ¿Qué tal si le pasaba algo en medio de la noche? ¿Quién le daría auxilio? ¿Iba a morirse solo, con una rata en la boca, como había oído decir que mueren los avaros? Necesitaba alguien que lo cuidara en sus últimos años. Decidió entonces buscarse una mujer. Y pronto la encontró. En las afueras del pueblo vivía una muchacha huérfana, de buena fama y hacendosa. Buscó a la joven, y con parquedad de comerciante le propuso que se casara con él. Estaba viejo y enfermo, le dijo; seguramente no tardaría mucho en irse "al otro barrio". Así ella quedaría dueña de todos sus bienes: la casa, la tienda, el dinero que había ahorrado a lo largo de su vida y el que en adelante se allegara; todo. No era mucho sacrificar cinco o seis años de su vida, quizá menos, a cambio de aquella regular fortuna. Después de su muerte ella podría hacer lo que quisiera, al cabo él ya no iba a estar presente. Además, le dijo, ni siquiera la iba a molestar en la noche. Ya estaba más allá de lo de acá. No sufriría ella, por lo tanto, ni ascos...

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