DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

Este hombre vivía en una callada desesperación. Entiendo que muchos hombres -y mujeres- viven en una callada desesperación. Sobre esto, sin embargo, no hay estadísticas confiables. Según algunas, el 90 por ciento de la gente vive en una callada desesperación. El dato me parece exagerado, pero en fin... El caso es que este hombre vivía en una callada desesperación. Tenía un buen trabajo, una buena esposa y unos buenos hijos. Pero el corazón humano es cosa extraña, y el hombre andaba siempre inquieto y desasosegado. Un día desapareció. Simple y sencillamente desapareció. Esa mañana salió en su automóvil de la casa para ir a trabajar, pero no llegó a su trabajo, y a su casa ya no regresó. La familia dio aviso a la policía. Inútilmente se le buscó aquí y en las ciudades vecinas. Todas las pesquisas fueron infructuosas: el hombre se había esfumado en el vacío, como si la nada lo hubiese devorado. Hago una pausa para reponerme de esta última frase: "Como si la nada lo hubiese devorado". Es tan dramática que me provocó un repeluzno. Pensé: ¿qué tal si la nada me devora alguna vez a mí? Oscuro pensamiento es ése; procuraré apartarlo de la mente... Ya me repuse del escalofrío. Continúo. Unas semanas después el automóvil del hombre fue localizado en la carretera entre Acapulco y México. El vehículo había caído en un hondo barranco, y el cadáver del conductor estaba calcinado, pues el auto se incendió al caer. La identidad del automovilista fue conocida por un pequeño maletín que cayó fuera del automóvil, y que por tanto no se quemó. En él fue encontrada una credencial con la fotografía y el nombre del accidentado. Era el hombre que había desaparecido. El cuerpo fue entregado a su familia, y ésta le dio en su ciudad cristiana sepultura... Pasó un año. La esposa del difunto se había quitado ya el luto que vistió durante 12 meses, según era entonces uso obligatorio para la madre, la viuda, las hijas, las hermanas, las tías, primas, sobrinas, abuelas, cuñadas y concuñadas de un fallecido. La vida recobró su ritmo acostumbrado. Suceda lo que suceda, la vida, tan rítmica ella, recobra siempre su ritmo acostumbrado. Un día, sin embargo, algo rompió el acostumbrado ritmo. He aquí que el...

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