DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Plaza de almas

AutorCatón

Se llama Teresita. Es vieja ya -todos los de aquel tiempo somos viejos ya-, pero le seguimos diciendo Teresita, igual que de pequeños. Era la niña pobre del barrio. Mientras los demás estábamos en colegio de paga, ella iba a una escuela del gobierno. Eso quería decir que no rezaba en el salón de clases, como nosotros, ni sabía Historia Sagrada, ni iba en grupo a la misa de los primeros viernes en el templo de San Juan Nepomuceno de los padres jesuitas. Temíamos por ella: estaba en riesgo de irse al infierno si la atropellaba un automóvil, como el niño que murió sin confesión. Por eso cuando en la calle jugábamos a la roña o a los encantados, y venía un coche, a ella era a la primera que le gritábamos: "¡Aguas, Teresita!". Era humilde y callada. Sonreía, sonreía siempre. Su hermano mayor, de nombre Odón, le decía con enojo: "Pareces tonta". Un día, sin embargo, Teresita llegó llorando a su casa. Tenía compañeritas ricas, pues los hijos de los políticos iban a escuelas oficiales: eran los años de los gobiernos de la Revolución, etcétera, y no se veía bien que esos señores pusieran a sus hijos en colegios religiosos. A una de las compañeras de Teresita se le perdió su pluma fuente, una muy fina -Parker 51, por más señas- que ni siquiera la maestra hubiera podido comprar. Hecha un mar de lágrimas, entre sollozos e hipos, la chiquilla dijo que había buscado en su mochila y su pupitre, y la pluma ya no estaba. Al punto las miradas se volvieron hacia Teresita. Era la niña pobre del salón, y su banco estaba al lado del de la dueña de la Parker. La profesora hizo que Teresita vaciara su mochila; buscó en su pupitre, y cuando vio que la pluma no estaba ahí hizo que delante del grupo se quitara el vestido para ver si no había escondido lo robado en la ropa interior. Todas rieron al ver la pobreza de sus prendas. Aunque no le halló la pluma la maestra zarandeó a Teresita y le preguntó con enojo una y otra vez: "¿Dónde la escondiste, eh? ¿Dónde la escondiste?". Luego, cuando los ojos de la niña se llenaron de lágrimas, la castigó enviándola a un rincón. Por escandalosa, dijo. El papá de Teresita oyó, ceñudo, el relato de su hija, y...

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