DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Felipe Calderón

AutorCatón

Don Martiriano, el sufrido esposo de doña Jodoncia, buscó al buen padre Arsilio y le confió un terrible secreto. "Padre -le dijo-, creo que mi mujer me está envenenando". "No eres el único, hijo -suspiró con tristeza el sacerdote-. En este pueblo muchas esposas les hacen eso a sus maridos". "¿Envenenarlos?" -se asombró don Martiriano. "Ah, perdona -se disculpó el párroco-. Soy un poco duro de oído, y pensé que habías dicho: 'Creo que mi mujer me está engañando'. ¿Por qué sospechas que tu esposa quiere envenenarte?" Contestó el sufrido señor: "Porque me endulza el café con un polvo que saca de una caja cuya etiqueta dice: 'Veneno para ratas'". "Tienes razón-reconoció, pensativo, el señor cura-. Eso es motivo para recelar". "¿Qué debo hacer?" -preguntó don Martiriano con angustia. "El remedio es sencillo -razonó el presbítero, que había recibido en el seminario una sólida formación lógica-. Ya no tomes café: cámbialo por té, de preferencia verde, que es antioxidante". "No creo que esa sea la solución -consideró don Martiriano-. Lo que quiero es que hable usted con ella, y con palabras elocuentes, a la manera de San Juan Crisóstomo, la incline a abandonar su malvado propósito de envenenarme". Le prometió don Arsilio: "Hablaré con tu mujer, pobre hijo mío, y aunque no la conozco estoy seguro de que mis piadosos conceptos la harán renunciar a su perversa trama. Antes de hablar con ella recitaré el 'Veni, Creator Spiritus', para que el Paráclito me inspire. Pero una cosa te digo desde ahora: si me ofrece café, no me lo voy a tomar". "Y hará usted bien, padre -le dijo don Martiriano-, pues no lo sabe hacer. Buen café el de La Parroquia, de la familia Fernández, en Veracruz; el de los Bisquets Obregón, en la Ciudad de México; el del Toks, en Saltillo; el de La Puntada, en Monterrey, o el del Sanborns en toda la República, que además tiene en sus tiendas un excelente departamento de libros". "Me temo, hijo -apuntó el buen padre Arsilio-, que nos hemos alejado de nuestro asunto. Creo recordar que me dijiste que tu esposa te está envenenando. Hablaré con ella, y trataré de disuadirla de su intento". En efecto, el bondadoso clérigo habló con doña Jodoncia. Al día siguiente llamó a don Martiriano y le dijo con acento pesaroso: "Hijo mío: después haber conocido a tu mujer...

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