DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Dignidad

AutorCatón

Bien pronto supo el joven Frustracio que había cometido un grave error: jamás debió haberse casado. Tuvo esa amarga certidumbre al salir de la iglesia donde contrajo matrimonio. Frigidia, su flamante esposa, le dijo ahí mismo, en el atrio: "Esta noche no, ¿eh? Me duele la cabeza". ¡Y eso el mismísimo día de la boda! Demasiado tarde conoció Frustracio su desdicha. Había soñado unir su vida a la de una mujer que fuera una dama en la sala, una economista en la cocina y una cortesana en la recámara, y se casó con una que era una cortesana en la sala, una dama en la cocina y una economista en la recámara. A partir de ese día empezó el calvario del desdichado. Cada vez que le pedía a su mujer el cumplimiento del débito conyugal ella inventaba un pretexto para evadir su obligación de esposa: estaba muy cansada; o los astros no se hallaban en la exacta conjunción; o habían perdido los Lagartijos, el equipo de voleibol de la Universidad de Cuitla; o era el aniversario del incendio de la biblioteca de Alejandría. "A hungry man is an angry man", dicen los irlandeses. Un hombre con hambre es un hombre irritado. Igual puede decirse de un hombre cuyo apetito varonil no ha sido satisfecho. Eso explica por qué Frustracio andaba en continuo estado de exasperación. Incapaz de aliviarse a sí mismo -había estudiado en el colegio de San Guilebaldo, cuyos maestros no le enseñaron mucho, pero sí lo dotaron de un sentimiento de culpa del que nunca se pudo liberar-, y extremadamente tímido como para buscar los servicios de una meretriz, vivía siempre en erizado rijo. Debió haber dicho el infeliz Frustracio lo que en su hermosa canción expresó don Pastor Cervera, una de las muchas glorias de la gloriosa trova yucateca: "Porque besé otros labios me dices que te he engañado. / Porque calmé mi sed en otra fuente. / Si cruzas el desierto desolado / cualquier gota de hiel es suficiente. / Tú me niegas el agua de tu fuente, / y por calmar mi sed me has condenado. / Prefiero ser por tu alma ajusticiado / que morirme de sed junto a tu fuente". Cerrada a perpetuidad estaba la de Frigidia para su infortunado cónyuge. Lo mismo, dicen, le sucedió a Napoleón con su segunda esposa, María Luisa. Eso llevó al Corso, aseguran algunos historiadores, a emprender su desastrosa campaña de Rusia, en el curso de la cual murieron 380 mil franceses y un italiano que tocaba el...

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