DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Desorden

AutorCatón

Grande fue la sorpresa de sor Bette cuando el nuevo jardinero del convento le agarró las bubis. Antes de que la religiosa pudiera decir una palabra el hombre se arrojó a sus pies gimiendo desgarradoramente. "¡Perdóneme, reverenda madre! -le suplicó hecho un mar de lágrimas-. ¡Soy víctima de un grave desorden de conducta que me lleva a hacerle ese burdo tocamiento a cualquier mujer que se ponga al alcance de mis manos! ¡Hago tal cosa, y en seguida me posee un cruel remordimiento que me tiene postrado durante varios días! ¡Concédame su perdón, se lo suplico!" Sor Bette era monja postconciliar. Le dijo al individuo: "Conozco a un buen psiquiatra, el Dr. Duerf. Le pediré que lo trate, y de seguro le quitará ese insano impulso táctilo-pectoral". En efecto, el tocador de señoras acudió a la consulta del célebre analista. Unas semanas después sor Bette le preguntó cómo iba el tratamiento. "Muy bien" -declaró el tipo. Y así diciendo le puso las manos en las bubis. La reverenda se santiguó para alejar cualquier mala tentación y luego le dijo con desabrida voz: "Me parece que el tratamiento no ha dado resultados". "Ha dado excelentes resultados -opuso el jardinero-. Sigo agarrándoles las bubis a las mujeres, pero ya no siento aquel cruel remordimiento"... Don Hamponio, el narco de la esquina, fue internado en la cárcel del pueblo. Secretamente le pidió a su mujer que le llevara un pastel con una lima adentro, para limar las rejas de su celda y escapar. La señora le llevó el pastel y le dijo frente al guardia: "No hallé limas, Hamponio, de modo que en el pastel te puse limones, naranjas y toronjas". (Cítricos todos, en efecto)... El niño era bizquito, y veía doble. Cuando quería un refresco pedía un 14Up... Aquel político jamás iba a la playa. Los gatos insistían en cubrirlo con arena... Cuentan de un andaluz que se fue al Cielo. En la morada de la eterna bienaventuranza se aburría mortalmente: acostumbrado al palpitante son de la guitarra flamenca y a la voz rauca de los cantaores, el evanescente tañido de las arpas y los melifluos coros de los serafines lo tenían ya hasta los cojones, según manifestó con expresión que disonó bastante en la...

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