DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Acuerdos

AutorCatón

El niñito le preguntó a su madre: "Mami, ¿por qué salí con cara de Ratón Miguelito?". Suspiró la señora: "Hijo mío, tomando en cuenta la postura en que me lo hizo tu papá, debes dar gracias de no haber salido con cara de Pluto". (No le entendí)... Simpliciano, muchacho boquirrubio, era cándido, ingenuo, simple, inocente, pueril y candoroso. Cierta noche una mujer llamó a la puerta de su departamento. Era la vecina, mujer de 8 cilindros, quiero decir potente, en plenitud de vida, y con ebúrneas carnes distribuidas generosamente por todas las latitudes de su cuerpo. Le dijo la profusa dama a Simpliciano: "Perdone la molestia, vecinito. ¿Podría usted prestarme una taza de azúcar?". Mentira, gran mentira. ¿Cuál azúcar? Lo que deseaba la voluptuosa fémina era gozar la juventud de Simpliciano; contrastar sus arterías de Mesalina con la virtud del tímido doncel. Y vaya que lo consiguió. Sabidora ella, lleno él de las apetencias propias de su edad, después de un breve rato de conversación ya lo tenía en el lecho. El juntamiento no fue uno nada más. La señora llevaba mucho tiempo sin trato con varón (tres días), y el mocetón tenía colmadas sus alforjas, de modo que al primer trance de erotismo siguió otro, y otro más. Se disponía Simpliciano a disfrutar el reposo del guerrero, pero de nueva cuenta la ávida mujer solicitó obra de varón, y el galán hubo de cumplir el pedimento. No por eso se dio por bien servida la mujer: pidió un encore más. El muchacho pensó que en ése se le iba a ir la vida, pero juntó sus fuerzas y consiguió ponerse otra vez a la altura de la situación, si bien ahora con ímprobos trabajos. Indiferente a la fatiga del mancebo, que se veía exhausto ya, y exánime, le dijo la voraz sirena: "La última y nos vamos". Y otra vez a comenzar el himeneo. La última, sin embargo, resultó ser la antepenúltima: sólo cuando el pobre Simpliciano, en trance ya de fenecer, hizo tres veces más la tarea, dejó el revuelto lecho la mujer, y tras vestirse se encaminó a la puerta. "Señora -le dijo Simpliciano-, se le olvida el azúcar". ¡Así de cándido era el inocente! Ella se rió, y le lanzó un beso a modo de despedida. Cuando por fin se encontró a solas el asustado muchacho fue al baño. Y sucedió que no pudo encontrarse lo que necesitaba para hacer lo que iba a...

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