DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Buena dieta

AutorCatón

Por muchos años que me toque vivir -y ya he vivido muchos- no acabaré de entender a este mundo. La mitad de su población tiene hambre, y la otra mitad está obesa. Y se le está dando más atención al problema de la obesidad que al de la pobreza. En nuestro país, por ejemplo, se acaba de prohibir la venta de alimentos chatarra en las escuelas. Eso quiere decir que los niños los pondrán consumir únicamente en sus casas. La verdad, con tantos ingredientes químicos que muchos alimentos animales y vegetales contienen, gran parte de lo que consumimos es ya de por sí comida chatarra. Un cierto amigo mío gusta de comer hígado encebollado. Lo considera manjar deleitosísimo, propio para ser ofrecido al mismísimo Brillat. Le han dicho, sin embargo, que todos los añadidos farmacéuticos que les dan a las reses para que engorden pronto y rindan más se van al hígado del animal, y entonces mi amigo ya no come esa parte de la vaca si no ha conocido a la res desde su más temprana edad, y se la han presentado formalmente, y la ha visto crecer al paso de los años, y ha salido con ella varias veces, y sabe que ha comido sólo alimentos naturales. Y es que la obesidad, no cabe duda, presenta inconvenientes. Los kilos de más tienen la mala costumbre de concentrarse todos en una sola parte: el abdomen, en los hombres; y en las mujeres las pompas. Yo, por decir algo, soy comilón impenitente. Practico la gula con asiduidad, pues sé que es el último pecado de la carne que podré cometer. He cultivado así una lucida panza de canónigo, imposible de ocultar aun con esa piadosa prenda masculina que es la guayabera. Cuando mis amigos me hacen notar la prominencia de mi abdomen -para eso son los amigos-, yo les respondo que no es abdomen: es callo sexual. Las dietas se han vuelto parte de la vida diaria. Algunas, sin embargo, ofrecen desventajas. Un señor y su esposa, los dos de 80 años, murieron al mismo tiempo en un accidente de automóvil. Tenían 65 de casados, y habían...

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