El poder de la piedra

AutorCecilia Núñez

Enviada

ARIZONA.- La carretera 93 se convierte en un sinuoso camino de terracería rodeado por cactáceas que alcanzan los tres metros de altura. En el recorrido, la magia del desierto hace lo suyo: el silencio se apodera de nosotros y nos prepara para entender la fuerza mística que reside en el Gran Cañón.

Aunque cada año 4 millones de visitantes regresan a casa con fotografías y crónicas de este viaje, el lugar sigue escapando al imaginario.

Decir que se trata de una geología que alcanza profundidades de mil 600 metros y que ostenta cordilleras de hasta 29 kilómetros de ancho nos da una idea de por qué fue declarada maravilla natural del mundo y Parque Nacional en 1919.

Pero las sensaciones que despiertan estas cifras no se comparan con las de estar parado a la orilla de uno de sus acantilados y dejar que un grito nos invada al mirar las curvas que se precipitan hasta el río Colorado.

Es difícil creer que esta extensión interminable de formas rocosas, con más de 2 millones de edad, haya sido el hogar de algunas personas, pero lo fue, y de cierta manera lo sigue siendo, pues las almas de los indios hualapai nunca se irán.

Las nuevas generaciones de esta comunidad cuentan sus leyendas a quien las quiera escuchar.

"Toda la tierra de este cañón está cubierta con nuestras huellas. Aquí está nuestro origen", explica Wilfred Whatoname, descendiente de los hualapai, quien a pesar de vivir en la región de Peach Springs, diario viaja al oeste del Gran Cañón para compartir su legado con los visitantes.

Desde su corazón

El paisaje que brinda el Gran Cañón se reinventa desde cualquier perspectiva. Para ver su magnitud, optamos por tomar un helicóptero que nos llevara hasta sus entrañas, y desde ahí, recorrerlo en lancha a través del río Colorado.

En pleno vuelo, a bordo del helicóptero, el desierto se anuncia deslumbrante y el cañón roba el aliento con sus sombras impenetrables y colores ocre.

Cuando descendemos de la aeronave, abordamos una lancha y alzamos la mirada: los acantilados se convierten en fortalezas que se levantan hasta el cielo.

"Mójense con agua del río: es milagrosa", dice Wilfred, segundos antes de que nuestras manos comiencen a hundirse.

Después del recorrido...

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