Plaza Pública / Tercer Informe

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Esta tarde se presenta por cuarta vez ante el Congreso el Presidente Fox. Pronunció su mensaje inaugural, el 1o. de diciembre del 2000, en la plenitud de su popularidad: casi había duplicado, en porcentaje de asentimiento público, el de los votos que le permitieron derribar a un gobierno invencible. No tenía entonces el poder, porque apenas había ganado el gobierno. Hoy sigue sin asumir el poder pero parece posible que alcance el gobierno.

Hay una distancia evidente entre la aceptación personal de Fox por el público en general y el desencanto y aun reprobación a lo que hace. Esa diferencia no es enigmática. A la gente en general, como lo muestran las encuestas, le gusta la persona presidencial. Por sus breves antecedentes políticos antes de ser candidato, su estilo es semejante al de la mayoría de los mexicanos de clase media. Su habla coloquial, desenfadada, espontánea, contradictoria, lo separa de la imagen del político que es todo cálculo, que todo lo hace para generar un efecto controlado. Pero cuando se pregunta a los ciudadanos sobre las políticas, los hechos, las obras del Presidente al que manifiestan comprensión y aun afecto, la medición se dispara en sentido contrario. No se aplica en este caso la verdad evangélica de que se conoce por sus frutos a las personas.

Satisfecho de su propia obra en el Primer Informe, reconocedor en el segundo de que no todo lo propuesto se había logrado, en el Informe de hoy tendrá que asumir por entero su autoridad, admitir que mantiene sobre el país una percepción muy diferente de la que priva en la mayor parte de la sociedad y trazar un mapa de ruta que permita a la nación no sólo sobrevivir, como hasta ahora ha ocurrido, sino vivir.

El Presidente deberá responder hoy reflexivamente, y no sólo con espontaneidad como lo hizo de modo inesperado hace algunas semanas, a la pregunta ¿y yo por qué?, lanzada con frescura a manera de respuesta a gente de prensa ansiosa por saber cómo intervendría en la agresión delictiva lanzada por una televisora sobre otra, en diciembre pasado. La perplejidad presidencial no nacía, como pretendió explicar mucho después, de su convicción de que las tareas nacionales conciernen no sólo al gobierno sino que involucran a toda la sociedad. No quiso decir entonces ¿por qué sólo yo?, sino que limitaba el alcance de su responsabilidad legal, suponiendo o queriendo hacer creer que el problema entre empresas comunicadoras era sólo un pleito entre particulares. De modo implícito...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR