Plaza Pública/ El pueblo deicida

AutorMiguel Angel Granados Chapa

Nadie puede ser inteligente y sensible todo el tiempo y respecto de todas las cosas. Ni siquiera José Saramago, cuya prosa admirable, generosa imaginación y pensamiento profundo tanto bien ha prodigado a sus lectores. Se ha equivocado al comparar la ocupación israelí de territorios palestinos con el exterminio de judíos en Auschwitz. Cayó en una grave imprecisión histórica, porque, examinados uno a uno los rasgos que componen cada momento, no guardan parentesco alguno. Pero, sobre todo, como lo ha dictaminado Amos Oz, su par en el espíritu, incurrió en una "terrible ceguera moral".

Es inexcusable la presencia judía en los territorios ocupados, y lo es en mayor medida la destrucción de vidas y esperanzas que las represalias del Ejército de Israel practican sistemáticamente desde hace más de un año. Injustificadas una y otras, tienen una explicación: Israel ganó en guerras defensivas tierras de las que debió retirarse inmediatamente después de su triunfo, en acatamiento a disposiciones de la ONU. En vez de hacerlo admitió que se practicara un expansionismo inaceptable mediante la fundación de colonias que están en peligro permanente, porque son una provocación permanente. Han dado motivo a tensiones que repetidos intentos de paz no pudieron mitigar, ni siquiera cuando fue devuelta a Palestina una porción de la tierra ocupada manu militari. Una calculada provocación del general Ariel Sharon, que lo condujo a encabezar el Gobierno, fue el ingrediente que faltaba en la mezcla de la explosiva situación presente: una guerra que todos los días siega vidas y exacerba odios inarrancables.

Las víctimas de Auschwitz estaban todas condenadas a muerte. Más de 1 millón de personas, el 80 por ciento judíos, fueron asesinados allí. Vejados, disminuidos, destrozados, su exterminio formaba parte de la Solución final, la siniestra maquinación nazi que pretendió eliminar a todo hebreo viviente y que alcanzó a asesinar a 6 millones. La intensión, la magnitud, el método de la destrucción en Auschwitz son incomparables, aunque ello en nada atenúa su propia gravedad, con la muerte de palestinos. No en balde Elie Wiesel, como Saramago Premio Nobel, y superviviente de aquel campo de la muerte demoniaca pudo escribir, con el corazón arrancado, que "en Auschwitz no sólo murió el hombre sino también la idea del hombre".

Una sola víctima palestina no importa menos que 6 millones de judíos. Pero tampoco son menos importantes las víctimas del terrorismo palestino, como las...

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