Plaza Pública/ Prosperidad (y guerra) compartida

AutorMiguel Angel Granados Chapa

El presidente de Estados Unidos buscó tal vez que el presidente de México no tomara muy a pecho sus ofertas de relación cordial, mostrándole que su vecino y amigo, su igual en su condición de rancheros, es también el líder de la mayor potencia mundial, que tiene deberes policiacos, como el de "asegurarse que el mundo sea tan pacífico como sea posible". Sonriente en Guanajuato, fiero en Bagdad, el poderío norteamericano encarnado en el segundo George Bush que ocupa la Casa Blanca

enseñó el 16 de febrero los extremos de su diplomacia, el pan y el palo.

Al autorizar el ataque aéreo a posiciones militares -que causaron bajas civiles- en la capital de Irak, en una decisión cuyo cumplimiento era perfectamente aplazable, el ex gobernador de Texas, que llegó a la Presidencia tras una elección polémica y no enteramente definida desde un ángulo formal, privilegió su interés personal y el de su país. Los puso muy por encima de la relación que venía a inaugurar, lo que sería por completo comprensible de no ser porque se disfraza de lo contrario. Salvo que padezca una división de la personalidad o se haya entrenado suficientemente en la atención de más de un asunto complejo cada vez, debe haber tenido su mente en Bagdad mientras su cuerpo se encontraba en el rancho de San Cristóbal. La consecuencia de esa dicotomía es que su encuentro con el presidente mexicano pasara a segundo término, en los medios de información y en la

agenda norteamericana.

Para recordar que el pasado es presente, el general Colin Powell, bajo cuya dirección se efectuaron los primeros ataques a Irak hace exactamente diez años, se halla otra vez en el centro de la escena. Como secretario de Estado, sin duda fue parte del proceso de decisión que determinó la acción aérea del viernes, y que se completó a la hora en que su jefe el presidente Bush saludaba a la señora madre de Vicente Fox, doña Mercedes. Fue inevitable, en consecuencia, que la atención de la prensa norteamericana se concentrara en Irak y se alejara de México. Fue inevitable, también, que el presidente mexicano fuera puesto en aprietos y eludiera responder si consideraba un desaire la simultaneidad del ataque y la visita. Afortunadamente, la prudencia lo tomó por asalto y tras confesar no tener posición ante la acción norteamericana, instruyó en público al canciller Jorge G. Castañeda para que más tarde hiciera conocer la del gobierno.

Ya muy tarde el viernes, Tlatelolco emitió un ambiguo comunicado en que de ninguna manera condena el ataque y aun lo justifica en más de un sentido. Sin que venga a cuento, cita la norma internacional que establece el único caso en que es legítimo el uso de la fuerza, y recuerda a Irak que está impedido de emplear su propio espacio territorial. Dijo la cancillería...

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