Plaza Pública / Primeras damas

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Ayer volvió a su casa, libre bajo fianza, la señora Lucía Hiriart de Pinochet, ex primera dama de Chile, más conocida a justo título como La generala y, más precisamente todavía, como La dictadora. Pero se le seguirá proceso por delitos fiscales, acusada por realizar maniobras para que su marido, el militar golpista, eludiera el pago de impuestos por dinero de origen no establecido depositado en cuentas extranjeras.

Se le concedió libertad en atención a su avanzada edad, 82 años, y sus condiciones de salud. De hecho, cuando fue detenida anteayer no se la recluyó en una cárcel, sino en el hospital militar de Santiago, donde se atiende también al ex dictador, especialista en sentirse o declararse enfermo, aun de la cabeza, cada vez que la justicia se le aproxima. El hijo menor de ambos, Marco Antonio, también sujeto a proceso, no obtuvo el beneficio de la libertad bajo caución. La razón procesal aducida para mantenerlo en prisión preventiva es que constituye "un peligro para la sociedad".

Mientras en Chile se intentaba juzgarlo por los delitos contra la humanidad cometidos durante el periodo en que usurpó el poder (los incluidos en la Caravana de la muerte y la Operación Cóndor, entre otros), una investigación en Washington sobre el fallido banco Riggs permitió saber que el patriotismo del dictador había sido bien remunerado. Con la misma vulgaridad de otros golpistas, el presunto "salvador de Chile" había tasado en alto sus servicios. Su fortuna en el extranjero puede llegar a 35 millones de dólares (sólo una tercera parte, digámoslo para salvar nuestro orgullo nacional, de los depósitos en Europa de Raúl Salinas de Gortari). En septiembre pasado, el SAT chileno descubrió que Pinochet presentó declaraciones fiscales "maliciosamente incompletas o falsas". En el proceso abierto por tal causa se ha incluido también a su esposa.

El apodo que los chilenos dieron a la señora Pinochet no deriva sólo de poner en femenino los títulos de su marido. Era generala o dictadora por sus intromisiones en el gobierno. Cuando se jubiló el cardenal Raúl Silva Henríquez, malquisto por haber organizado la solidaridad con los perseguidos por la dictadura, la señora Pinochet aseguró que Dios los había oído. Pero no todo se quedaba en exclamaciones: los funcionarios que no se le sometían eran despedidos. Por ejemplo, en marzo de 1985, cuando un terremoto de los que menudean en Chile sacudió a ese país, la primera dama acudió a la zona más lastimada y dispuso que los...

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