La plaza de las maravillas

AutorJaime Reyes

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MARRAKECH, Marruecos.- Un oasis de más de 100 mil palmeras, inmerso en una reseca llanura roja, se convirtió en 1062 en lo que hoy es la atractiva Marrakech, gracias a la decisión de un sultán.

Pero, ¿qué tiene Marrakech que provoca esa atracción irresistible?

"Cuando sopla el viento, el polvo rosáceo del llano se eleva hacia el cielo y oscurece el sol; la ciudad entera, que está enjalbegada de una cal hecha con la tierra rosada sobre la que se encuentra construida, reluce al rojo vivo con una luz de cataclismo", escribió el estadounidense Paul Bowles en "Cabezas Verdes, Manos Azules". Y la ciudad lo ató de por vida a Marruecos.

Así, nutriendo el imaginario occidental, Marrakech es un cristal y un espejo que refleja la idea mágica y misteriosa de lo que comúnmente se cree que es el mundo musulmán de África. Pero a la ciudad la define otra cosa.

Con los últimos rayos de sol del atardecer, un resplandor rojo cae sobre todo el lugar, y sólo se escucha la salmodia de los almuecines (esos musulmanes que desde el alminar convocan en voz alta al pueblo para que acuda a la oración).

Los mercados cierran sus puertas y, así, todo está dispuesto para que Djemmá El-Fná sea la única y gran protagonista de la noche.

Entonces toman su lugar los vendedores de jugo de naranja y media plaza se llena de restaurantes ambulantes y de humo con olor a cordero asado, kebab de carne y trigo molidos, sopas como la harira (una sopa tradicional marroquí elaborada a base de carne, tomates y legumbres, y acompañada de una empanada dulce con carne de pichón), pollos rellenos de dátiles y caracoles en mantequilla.

El centro del mundo, dicen de manera figurativa, está en Marrakech. Y en el centro de Marrakech está Djemmá El-Fná (literalmente "la plaza de los muertos").

Ahí podrás ver encantadores de cobras negras y, cerca, hombres con violines y tambores acompañados de otros hombres que se mueven como monos y repican unas castañuelas de metal entre sus dedos; por allá, verás al vendedor de especias y sabores inagotables.

Por acá está el curandero de enfermedades espirituales (parte charlatán, parte chamán), que vocifera en árabe su sabiduría mostrando las partes de un muñeco humano; a su lado, hallarás a unos señores de barbas largas y que con pequeñas lámparas de gas iluminan trazos hechos en el piso, una especie de oráculos.

Más allá, encontrarás a aquellos "elegantes" que venden agua "pura" y que se dejan fotografiar por 20 dírhams (30 pesos aproximadamente); y...

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