PLAZA PÚBLICA / Mucho y nada que festejar

AutorMiguel Ángel Granados Chapa

Obviamente, estas líneas han sido escritas al comenzar la tarde del miércoles 15, horas antes de que comenzara el festejo del Bicentenario en la Ciudad de México. Ignoro por lo tanto el efecto que el fastuoso espectáculo generó en las personas que lo presenciaron o que lo siguieron por la televisión, según la tesonera recomendación de las autoridades que tal vez se asustaron ante el inmenso gentío al que antes convocaron y al que luego pidieron quedarse en casa o en un bebedero público. Ver el desfile de carros alegóricos, escuchar los conciertos en los puntos intermedios por los que pasaría esa caravana, y al final el Grito y la pirotecnia, todo ello acaso resultó más cómodo visto en la pantalla del televisor, en la intimidad del hogar o en el jolgorio de los bares a los que recomendó asistir el secretario de Educación.

Acaso el gobierno reculó en su invitación a festejar en la Plaza de la Constitución ante informes o intuiciones respecto de los riesgos a que invita una multitudinaria concentración en un espacio que debe ser compartido con los muchos vehículos de las alegorías y la vasta parafernalia del espectáculo montado más con criterio mediático que cívico. Por eso, indebidamente, el gobierno federal se reservó el derecho de admisión al Zócalo. No se sorprendan si se les niega la entrada, advirtió más de un vocero. La plaza pública por excelencia, el espacio de todos, quedó así reservado a algunas decenas de miles, los precavidos que llegaron temprano, desde el mediodía, para asegurarse un lugar, y los que portaron pases, distribuidos entre el personal burocrático de nivel medio y superior, gente como uno, confiable, no la chusma integrada por quién sabe quién, que se deja venir desde las sierras que circundan el valle, desde los pedregales, desde los antiguos pueblos hoy conurbados o, más próximas al lugar del suceso, de las colonias que circundan el Centro Histórico, la Morelos, la Obrera, la de los Doctores, reductos de un México viejo, sospechoso, rejego a la modernización, que se empeña en ir de compras a Correo Mayor o Jesús María, en vez de hacerlo en Perisur o Santa Fe.

El discurso oficial de la cautela, del recatado resguardo en la quietud hogareña, o en el menos santo refugio en las cantinas dotadas de enormes pantallas, acaso se sumó, reforzándolas, a las prevenciones que alguna franja de la población albergaba ya ante la inseguridad que priva en no pocas zonas del país y que invita a no salir de noche, en general, y menos...

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