Plaza Pública/ Esbirros vigilantes

AutorMiguel Angel Granados Chapa

El incidente ocurrió en los últimos minutos del año pasado. Cuando el Presidente Zedillo decidió saludar a parte del público que se había reunido allí, para escuchar después de la medianoche a Juan Gabriel, no generó universal entusiasmo. Quién sabe cuántos, pero muchos asistentes a la fiesta de la identidad, unidad y la esperanza lo abuchearon. Consignan el hecho todas las crónicas. Pero no fueron registrados episodios indignantes y potencialmente riesgosos como el que a continuación se narra:

De pronto se acercó a un muchacho, de los que coreaban ofensas al Presidente, un trío de agentes de seguridad. No está bien insultar a nadie, por lo que no está bien insultar a la autoridad, por lo que no está bien insultar al jefe del Estado. Pero cualquier conocedor de la sicología de la multitud sabe que eso es inevitable. Esconderse entre la gente para comportarse de modo que no se haría a solas es una conducta comprensible. Pero no lo entendieron así los tres miembros de la Policía Federal Preventiva -ellos dirían más tarde que lo son-, identificados con un brazalete con la leyenda Organización 2000, dedicados a preservar la integridad simbólica del Presidente. El que parecía ser el jefe amagó al joven gritón o silbante, uno entre muchos que proferían expresiones altisonantes: dijo que lo detendría por actuar así. El interpelado se le enfrentó, aduciendo que la libertad de expresión lo amparaba, y preguntando por qué sería detenido. Una voz venida del costado derecho respondió, "por picudo", y quien la emitió al mismo tiempo descargó un puñetazo sobre el manifestante que, ante la contundencia del argumento guardó silencio.

Para que lo mantuviera, el trío policiaco permaneció en el núcleo de donde había partido la silbatina. Luego, cuando se adueñó de todos el espíritu benevolente del fin de año, el agente que había amenazado con la detención, y la víctima, casi llegaron a conversar. El agente pidió disculpas por la agresión de su compañero. Pero la explicó diciendo que las cosas estaban tan duras que era preciso gobernar con mano dura. Quizá no dijo "es preciso", porque tal vez la noción no se le alcance. Acaso no dijo, tampoco, "gobernar", porque es difícil que suponga que vigilar a los demás forma parte de la acción de Gobierno. Pero sí dijo "mano dura", y su compañero probó que la suya lo era hundiéndola, empuñada, en el costillar de uno que la Noche Vieja fue con amigos a divertirse en el Zócalo.

La anécdota quedó en eso. Cuando al fin se...

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