Plaza Pública / Corte de los milagros

AutorMiguel Angel Granados Chapa

¡LASTIMA QUE SEA SOLO LITERATURA! PERO, he aquí que en "un intrincado laberinto de callejuelas, plazas y callejones sin salida... que se parece a un ovillo enredado por un gato", donde vivía la canalla de París en el Siglo XVI, de pronto se invoca a "¡la ronda!" porque una mujer está siendo asaltada y aparece, poseedor de una "voz de trueno un jinete que salió de improviso de una calle inmediata. Era éste un capitán de los arqueros de la guardia del rey, armado de punta en blanco, con la espada en la mano". Y en seguida, "quince o dieciséis arqueros que seguían de cerca a su capitán, acudieron en su ayuda con el chafarote desenvainado. Era una patrulla que andaba aquella noche de ronda, por orden del señor Roberto de Esteouteville, intendente del prebostazgo de París".

Así narra Víctor Hugo el modo en que, en la corte de los milagros parisiense, regida por su propia ley aun para asuntos civiles como el matrimonio de la gitana Esmeralda y el poeta Pedro Gringoire, la autoridad podía imponerse. Entendemos, ya lo dijimos, que se trata sólo de ficción, de la fecunda imaginación del autor de "Nuestra Señora de París". Pero, ¡qué diéramos porque algo semejante, si bien acorde con la legalidad de hoy, ocurriera en nuestra propia corte de los milagros, en Tepito!

Una larga, y por desgracia quizá todavía no concluida, serie de asesinatos, con la firma de sicarios que ajustan cuentas por encargo de otros, ha puesto de nuevo la atención pública en Tepito, una pequeña región de la Ciudad de México de más en más sustraída a la gobernabilidad, raquítica pero gobernabilidad al fin y al cabo, que es posible en el Distrito Federal. Decenas de asesinatos en unas cuantas semanas han puesto en relieve la enorme peligrosidad de que rijan allí -y desde allí diseminen su autoridad y los delitos en que la fundan- bandas dedicadas a las más rentables formas de la delincuencia organizada, rodeadas de matarifes que resguardan intereses a como haya lugar.

El deterioro social de esa porción capitalina se ha acelerado en las décadas recientes. La configuración arquitectónica y urbanística de la zona propició siempre que las casas de vecindad y los callejones protegieran a delincuentes menores, carteristas y raterillos que operaban fuera de su hábitat y encontraban refugio entre la laboriosa clase media baja que se ganaba la vida en el comercio y los pequeños talleres de peletería y calzado. En algún momento, el contrabando en pequeña escala, la fayuca de ropa y aparatos...

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