Plaza Pública/ Bosque y violencia

AutorMiguel Angel Granados Chapa

Los comuneros de Huécato, dicen sus vecinos de Chilchota, en la Meseta purépecha de Michoacán, se acabaron sus bosques y ahora se dedican a robar madera en los montes vecinos. Tres huecatenses lo hacían la tarde del viernes 7 de junio, cuando los sorprendieron cinco soldados del 37o. batallón de infantería. Oficialmente, la Secretaría de la Defensa Nacional informó que la patrulla recorría la zona en busca de cultivos de estupefacientes, pero en la comarca no se sabe que los haya, ni ha habido operaciones formales en que participen con ese propósito otras autoridades.

Como quiera que sea, los tres campesinos indígenas fueron detenidos por los militares. Pero la comunidad de Huécato pretendió liberarlos y se produjo un enfrentamiento. Murieron en la acción dos soldados y dos civiles. Estos portaban armas de alto poder, con las que dispararon contra los militares, a cuyo auxilio llegaron refuerzos. En la persecución a los atacantes murió un civil más, y muchos otros se remontaron para escapar del Ejército, lo que ha dado lugar a que se denuncie a buena parte de ellos como desaparecidos.

Si así fueron los hechos -algo imposible de determinar por ahora, por el sigilo con que se maneja la información militar, al punto de que un Subprocurador de Justicia local fue impedido de entrar en la zona del conflicto-, estamos de nuevo en presencia de muerte causada por armas que presumiblemente no estarían al alcance de comuneros pobres, como las empleadas en la matanza de Agua Fría. En uno y otro caso, además, el arsenal disponible y la violencia que causa se relacionan con la explotación forestal. En ambas situaciones podría ser que talamontes clandestinos provean de armas a las comunidades y las induzcan con eso a utilizarlas contra adversarios reales o imaginarios, o para impedir acciones legales.

Las 26 víctimas del 31 de mayo volvían a Xochiltepec al concluir una jornada de trabajo en el aserradero de San Pedro el Alto. Según informa la doctora Leticia Merino, antropóloga que estudia las condiciones de la explotación forestal en esa sierra, la sur, y sobre todo en la sierra norte, ese aserradero forma parte de un modelo ejemplar de desarrollo comunitario. Hace veinte años que San Pedro el Alto maneja sus bosques con sabiduría, señalando áreas de conservación que son respetadas escrupulosamente, y trazando áreas de explotación que permiten dar empleo a 320 miembros de la propia comunidad y ofrecerlo a vecinos de la comarca, como las víctimas del atentado atribuido a los habitantes de Las Huertas.

Los salarios pagados en el trabajo forestal en aquella comunidad (los más bajos duplican el mínimo regional) y la alta inversión social son muestra de los beneficios que ese género de organización puede producir. La carretera que...

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